De acuerdo con una antiquísima tradición, venerada y viva a lo largo de los siglos, la Virgen María, cuando todavía moraba en este mundo, es decir, antes de subir en cuerpo y alma a los cielos, vino a Zaragoza para confortar y alentar al Apóstol Santiago que, a la sazón se encontraba a las orillas del río Ebro, predicando el Evangelio. Este hecho, desde fecha inmemorial, se sitúa en la noche del 2 de Enero del año 40 de la era cristiana. Esta tradición queda artísitca y maravillosamente expresada en el conjunto que compone la Santa Capilla de la Basílica de Ntra. Sra. del Pilar, en Zaragoza.
Nada queda de la apariencia de la posible efigio de que Virgen, que acaso resultase destruida en el incendio de 1434-1435, que dejó en cenizas (según queda documentado) el retablo que había en la Capilla.
La imagen que se conserva de la Virgen del Pilar es una efigie de madera, monosila, en bulto redondo, de 36 cm. de altura, labrada según los cánones de la mejor escultura gótica europea de la primera mitad del siglo XV, por Juan de la Huerta (según estudios de María del Carmen Lacarra). Representa a María como Reina y Madre, coronada, con regio vestido gótico de gran recato, abotonado desde la cintura y con cuello alzado y también abotonado; es una larga vestidura ceñida por un cinturón con hebilla, abrochado a la altura de su lugar natural; por debajo del vestido asoma discretamente el final puntiagudo del calzado de sus pies, el derecho más visible que el izquierdo, algo retraídoM; una gran pieza de paño, que sirva a la vez de capa y tocado, sobre la cual ciñe la sencilla corona, la envuelve casi por completo y deja ver parte del peinado suavemente ondulado de su cabello; la mano derecha sostiene un amplio pliegue de este ropaje que, extendido desde el costado izquierdo de la Virgen, cubre todo su abdomen en su primer plegamiento, y la parte alta de su pierna derecha y casi toda la izquiera, en otro interior.
El Niño, a quien la Madre mira desde atrás, reposa sentado sobre la mano izquierda, en cuenco, y la cadera materna, sostenido por el brazo de María; aparece desnudo y despreocupado, en posición casi frontal, algo girado a su derecha, y con las piernas cruzadas, el talón izquierdo sobre la pierna derecha; sujeta por debajo de las alas abierta el cuerpo de un avecilla, acaso paloma simbólica de la divinidad o del alma humana, cuya cabeza apunta al cinturón de la Virgen; el Niño extiende el brazo derecho que cruza el pecho de su Madre, para asir el borde del manto. Las partes visibles del cuerpo de María (rostro, cabello y manos) y del Niño, tuvieron pigmentos de entonación naturaloisa. La imagen fue restaurada, por iniciativa del Cabildo Metropolitano, en septiembre de 1990, por el Instituto del Patrimonio Histórico Español.
La imagen de la Virgen está sobre un pilar, mejor dicho, sobre una columna de jaspe de 1,70 m. de altura y un diámetro de 24 cm.; está forrado en bronce y después con plata.
La devoción pilarista sostiene que la columna no ha variado jamás su emplazamiento desde la fecha en que la tradición sitúa la venida de María aún en vida, a César Augusta, en la que con poco éxito predicaba el Evangelio Santiago el Mayor.
En 1596 Felipe II donó, como manifestación de su devoción mariana y pilarista, los dos ángeles de plata que siguen haciendo guardia de honor a la Virgen, y son los únicos elementos artísticos de la antigua Capilla que permanecen en la dieciochesca de Ventura Rodrígues.
Fueron recibidos en el Santurario el 24 de marzo del mismo año. Ar artífice fué el platero Diego Arnal. Está documentado hasta el peso y el valor de los metales preciosos (141 marcos y 6 onzas de plata por valor de 992 libras jaquesas y 5 sueldos; y t,t libras de oro para los escudos, por valor de 5 libras jaquesas y 10 sueldos) y el precio de las hechuras (6 libras jaquesas por encarnar los rostros y las manos, y 1.000 libras por la hechura de los ángeles.
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