viernes, 26 de agosto de 2011

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 1989

Pregón de la Semana Santa de Zaragoza 1989

PREGONERA: Conchita Carrillo

Pronunciado el 18 de marzo en la Iglesia de San Miguel de los Navarros

Por vez primera, alterando la costumbre establecida, va a ser la voz de una mujer la que tome consigo el honroso cometido de pregonar en este inicial acto solemne de nuestras Cofradías, la conmemoración de la Semana Santa en Zaragoza.
Una sencilla voz sin otro mérito que la convivencia entrañable a través de la Radio con el alma popular de nuestras gentes aragonesas, que lo único que puede ofreceros es su sensibilidad creyente o los entusiasmos de su fe sentida.






Un pregón entusiasta ha de ser breve, como esa llamarada luminosa de los faros en la noche de los mares. Un pregón férvido ha de ser breve, como aquel dardo al corazón teresiano: tenso y vivo. Un pregón anunciador ha de ser mirallo al decir aragonés, como mirador y como espejo.
Y en éste asomarnos e intentar comprender la Pasión de Cristo, una mujer no podría olvidar aquella decisión de otra mujer: la Verónica.
Cuando los artistas religiosos perpetúan a nuestros ojos el gesto decisivo de enjugar el rostro amado, descubrimos en esa veneranda tradición en nuestro Vía-Crucis, la más sorprendente concreción pasionera: Cristo entregado por amor al desamor del mundo. Y es en el misterioso arrebato compadecido de una mujer, la que, irrumpiendo entre los sicarios, recibe por el amor que da, el otro gran Amor que dona. Cristo se perpetúa sobre la cobardía de los hombres en ese breve lienzo, tan explícito y detallado como los cuatro evangelistas narradores de su Pasión. Breve espacio enjundioso ese trozo de tela, donde parece exprimir y condensar ese dolor divino su entrega al desamor humano.
HERMANOS: Vamos a pregonar ésta tarde del sábado -mientras las palmas ya alardean desfiles, y se agitan los verdes oleajes de los olivos,- el entusiasmo de nuestra Semana Santa.
Nuestra, en lo que supone una tradición mantenida y superada por nuestros entusiasmos. Nuestra, por el entorno familiar en los diversos actos rituales. Nuestra, en la sencilla gravedad de este humano retablo, por la peculiaridad de los salmos hechos jotas dolientes, y el eco atormentado-de bombos y tambores.
Y si hay una ciudad que puede alardear como la nuestra, a qué grado sobrehumano llega a alcanzar el sacrificio, dejadme que sobre las reliquias de nuestra catacumba, y las piedras mordidas por la barbarie extraña en nuestro suelo, apele a la legión de mártires y de héroes, con que resaltar nuestro devoto y reverencial escenario de la Pasión zaragozana.
MIS QUERIDAS COFRADIAS: Nuestro pregón en este año, va a resonar aquí, en el altar y bajo los arcos de San Miguel de los Navarros. Y esta Iglesia nos brinda en este momento, las tres sugerencias de unos motivos entrañables.
Cuentan las crónicas, lo que fue sitiar nuestra ciudad a la hazaña de nuestra Reconquista Aragonesa. Durísima la empresa para las huestes del Rey Batallador. Y fue entonces cuando el rey, fiando en el valor de sus mejores, ordenó al bravo tercio de los navarros atacar para batir el muro musulmán que por esta parte bordeaba la Huerva.
Así se hizo. Y fue tanto el impulso, que abierto un estratégico portillo las milicias cristianas reconquistaron la ciudad. Contaban los navarros que, su San Miguel de Aralar, había bajado hasta el llano del Ebro para capitanearlos. Y el buen rey, en su recuerdo, ordenó erigir la .capilla prima de lo que hoy es templo parroquial.
SAN MIGUEL representa el diario combate. Concepción mílite -Ah, las armas blandidas- que en nuestros días pudiera sabernos a medieval romancero. Pero San Miguel también fue como un ardoroso capitán para aquellos mantenedores de la Contrarreforma. Es decir: del estadio pujante de las armas, pasó el Arcángel al de las férreas doctrinas.
Ese muro de nuestra Reconquista, sigue existiendo en nuestro mundo actual. Vivimos la vorágine de conceptos absurdos a la malversación de los bienes doctrinos, y al estúpido disipar de las horas baldías. ¡Somos libres! y de tanto vocear estentóreo nuestras libertades, acabamos por parir cadenas serviles.
COFRADIAS ZARAGOZANAS: ¡Qué responsabilidad nos aguarda a los cristianos al intento de aligerar esta miseria actual!
Porque para abrir brecha, para debilitar la resistencia contumaz, para llevar aire puro y sol abierto a una humanidad comprometida, bien necesitada de un MIGUEL arcangélico, con las incruentas armas de una sólida, valiente, y templada fe.
Pero, ¿comprenden los demás nuestros propósitos? Siempre se alzan, -mejor dicho, rastrean- las insinuaciones y ataques solapados contra estas exteriorizaciones devotas.
Pero jamás condescenderemos con aquellos que subvaloran nuestra Semana Santa en sus actividades de estos días en calles y templos, tomándolo como retablillo folklórico. Ni el tamborileo es una diversión, ni el Vía Crucis hipócrita mojigatería, ni las cadenas, cruces a hombros, y pies desnudos, tremendismos de españolitos, ni las sacras imágenes idolatría, ni el fervoroso ornato de los pasos, una fantasía hindú…
La segunda sugerencia, HERMANOS COFRADES, nos la brinda este guardián de escolta, contemp1ador de alturas, que es la torre mudéjar que nos cobija.
Decía un estupendo artista, el pintor Gregorio Prieto, gozando un día el panorama zaragozano, que su deseo era pintar al sol de la tarde las torres mudéjares. Esa mezcla del rojo ladrillo, con el oro solar, cobraba para él todo el gozo de una túnica oriental.
El mudéjar es un trenzado inacabable que enciende fantasías; es el tierno enlace de las aspiraciones. Perpetúa últimos recuerdos. Las Cofradías hoy, no podrán nunca olvidar la historia animosa, humanísima, de su nacimiento, de su desarrollo. Las forjaron en su brote animoso,las nobles ilusiones de unos zaragozanos de bien.
Germinaron en un tenaz propósito de rodear la magnitud conmemorativa del Redentor escarnecido, con el calor de una clámide -oro de soles antiguos.y rojo de alfares leales-amoroseando sobre las túrdigas de aquel Cuerpo inmolado.
¿Me permitís una rápida visión retrospectiva?
De aquellas manifestaciones de antaño, mantenidas por el celo de la REAL HERMANDAD DE LA SANGRE DE CRISTO: severidad de túnicas, ejercicio permanente junto al dolor ajeno, caridad que postula al pie del terrible fragor del cadalso… y vivir con la propia vida de la muerte extraña en su tragedia, dándoles el nervio de las generosas asistencias.
Conservaba la HERMANDAD aquellas imágenes y pasos en el Convento de San Francisco, así como los enseres, ropas, estandartes y símbolos de aquel anual cortejo.
Pero 1legó el alud devastador napoleónico: Y el convento que es campo de lucha, y sus muros que ceden a las explosiones trepidantes, y apenas -por milagro- a toda prisa, salvamos al Cristo dormido… Perdidos pasos y bagaje. ¿Cómo rehacer todo aquel amado tesoro?
Zaragoza empobrecida en su inmortalidad de liberar su esclavitud napoleónica. Primavera de 1814. ¡Cuánta resurrección en aquel Calvario Nacional! Ha llegado el deseado rey. Palafox le ha invitado a recorrer aquella otra vía dolorosa de una ciudad en ruinas. "Nada tenemos, rey, nada tenemos sino el santo orgullo de haber sobrevivido.”
El rey asiste a los oficios. El rey presencia la procesión desde el Palacio de Sástago. Pobre, humildísimo desfile… Yo me imagino el rubor de nuestros paisanos… "Señor, cuasi todo lo perdimos". Cierto es que en otros pueblos de España conservan a Montañés, a Salzillo, a tanta maestría…Tienen unas hermosísimas Pasiones, pero no son, en verdad, nuestra Pasión".
Y en éste otro veraz escenario de Jerusalén, sí nos quedaba un testigo rotundo con las carnes quemadas de la pólvora como mutilado de un Tercio de Flandes: El Cristo de la Cama. Debió de pasar el Cristo en el silencio reverente cruzando el Coso entre un beso de lágrimas…
Cierto: nos habían mordido los malos rondadores del hambre, la peste, y la desolación…Pero el Cristo seguía desfilando. Alborotó entonces el cierzo las ropas de la Cama, y pareció que el Cristo despertaba al salmo de la libertad.
Al cruzar en la plaza por la Cruz del Coso arrumbada, revolaron las cenizas antiguas de la Puerta Cineja, y alzándose de los escombros los cuerpos de los héroes, el Cristo tomó vida en aquel beso de las dos Españas; la del martirologio y la heroicidad.
Jamás Jesús tuvo mejor cortejo.
Incansables en su labor reconstructora, los beneméritos Hermanos, fueron promoviendo y reestructurando el Santo Entierro.
Manos artistas modelaron los diversos pasos procesionales; se armó a los barbudos pretorianos con refulgentes armaduras; se confeccionó todo el ropero de las vestes bíblicas; prestos·de nuevo los turiferarios, los porta-estandartes, los ministriles… Aquella procesión que bordeando los rincones típicos abríase en el Coso y bajaba en olor de multitud San Gil abajo, y al torcer por Espoz y Mina, la estrechez de la vía daba hasta mayor clima de ingenua intimidad al cortejo.
Podríamos decir, como con cierto regusto a procesión labradora. Porque las ramicas de olivo que abarrotaban las peanas, podían alcanzarse con las manos. Allí, para los foranos ávidos de gozar tanta majencia, ya no asustaban tanto las barbas airadas y las lanzas amenazantes de los judíos, ni el ruido de los penitentes encadenados, ni los gorigori cantores, ni el atosigante humo de los sahumerios. Ni siquiera los terceroles que cubrían los rostros hiératicos, porque junto a los pasos, aquellos buenos mozos labradores, si. descubrían sus rostros plenos, amorenados, sonrientes, alzado el tercero1 para ofrecer ramicos a la multitud.
¡Ah la Semana Santa de otros tiempos…!
Que tras la pitanza exigua de la Cuaresma, empezaba sus emociones con los brazos abiertos de la Dolorosa, el viernes de Dolores; era salmo jubilar la mañana de los Ramos; asistía a las predicaciones tremebundas de los penitenciarios; se arrastraba poseída del llanto pecador, en los Vía Crucis; oía la música de Olleta y de Azara en los Misereres catedralicios. ¡Ah las voces de los tenores y de los sochantres, y el rumorear de las carracas y de. los fagot.¡Ah los Sagrarios perfumados y resplandecientes! Y el lujo mayestático de nuestro patrimonio de tapices, y el sermón desgarrado en San Pablo a las 3 de la tarde donde gemía el buen pueblo; y el milagro de España, que aquellos días olvidaba su alboroto, para vivir el diapasón, como aquí en Zaragoza en el tráfico de la calle, en la vibración de las trompetas, de tal manera, que, tan comedida andaba la circulación, que yo creo, que hasta los timbres de los tranvías de Escoriaza, llevaban esos días sordina...
Quedaba la calle de Alfonso, las dos mañanas pasioneras, con el otro boato discretísimo de las mantillas y la gala reverencial de militares y paisanos…
¡Aquella Zaragoza!...
Van cambiando los tiempos; cambian modas, circunstancias, y costumbres. Pero no declinará nuestra Semana Santa en los fervores y colaboraciones. Ha venido mordiéndose, como en la pleamar junto a la playa, un constante oleaje que rumorea y entusiasma. A las venerables agrupaciones que ya celebraban nuestra Semana Santa, comenzaron a despertar los nuevos entusiasmos.
El aire baturro del tercerol se animará con los primeros capirotes, con las túnicas y capas de coloridos amables, con simbolismos sugerentes. Subimos desde Sevilla la saeta en la noche de la Piedad, y las lágrimas de Nª.Sª. se enjugarán con las primeras jotas.
Cada nuevo brote toma a su cargo uno de los pasos; cada Cofradía marca un momento pasional. Remozamos los grupos ornamentales, enriquecemos con vestidos y mantos preciosísimos las imágenes; ensayamos el prodigio de la luminotecnia; de los adornos de los palios y doseles; o bien sorprendernos con valiosas aportaciones imagineras…
Las Cofradías no quedan ahí: se consideran grupos de actividad diversa en lo espiritual: manifestaciones culturales, acopio limosnero, atenciones de caridad, actos cuaresmales, conciertos sacros, liberación de presos… Las Cofradías abren sus corazones y sus bolsas.
Con sus varias programaciones cuando llega la tarde del Viernes, la concentración en San Cayetano, la ciudad habrá sido ya recorrida y sensibilizada por las procesiones y Vía Crucis de cada grupo devocional.
Y entre todo este mundo inagotable de optimista energía, EL TAMBOR.
Recuerdo que subió un, día desde la Tierra Baja. No sé si entró por la Puerta Quemada o por la del Carmen; pero sí que trajo con el tomillo serrano y.el calor de las minas, y el deszumar de los huertos que corren junto al río Guadalope o·el río Martín, ese arrebato único que motiva un redoble de tambor.
Fue al comienzo un temblor de palillos sobra la piel tensa, para no asustarnos. Hasta entonces, los únicos tambores procesionales, los repicaban la centuria romana y la banda militar, y nada más.
Rompieron la hora al mediodía del viernes, mientras se predicaba en los balcones las Siete Palabras. Primero, unos toques tamborileros para abrir oídos, para no asustar, y de repente, el fragor de los bombos atronando la suavidad de aquella severa jornada. Bajo los capirotes, el aliento animoso de los ejercitantes.
Y desde entonces, todas las Cofradías formaron sus escuadras sonoras. Se suceden las hornadas trepidantes; y es curioso presenciar cómo la veteranía no hace remilgos en asociarse junto a la juventud. En los días de la Pasión palpita con los ecos de hombros y tambores, como un desbordar férvido de catedrales emborrachadas proclamando su Redención.
Desde aquí tenemos el deber de pregonar el agradecimiento que la cristiandad de Zaragoza os debe; Cofradías zaragozanas. Beneméritos seáis en vuestra honrosa aventura, los que hay en el memento de las cruces funerarias de cada Cofradía, no habéis hecho mengua a quienes os precedieron y plantaron la semilla que ha fructificado con vuestros renovados entusiasmos.
Bien, Hermanos: Apaguemos ahora ecos y tráfago y preguntemos: ¿Cómo vamos a sentirnos inmersos en esta Pasión de 1989? ¿Cómo reacciona nuestro yo creyente, ante este hastío universal que nos invade? Continuamos esforzándonos en hablar de paz, de una paz que apetecen nuestros egoísmos, pero no con la límpida apetencia de nuestras almas
Reaccionar, sí, contra la. barbarie y la violencia. ¡Basta de extorsiones y expolios! Vamos a desarmarnos. Pero ¿qué de la otra armadura para nuestros corazones? Sí: hay que llenar el mundo de esperanzas. Pero ¿qué clase de espera?
Es duro sentirse hoy un hombre responsable y resulta costoso, y ácido vivir en este maremoto, sin perder los justos límites de nuestra moral evangélica.
Pero es preciso que nuestro acento de estos días no se acabe pasada la Pascua triunfante. Hay que seguir repicando sin descanso. Traigo aquí unas brillantes palabras del escritor MAURIAC:
“No me pidáis reposo. El amor no es nunca reposo".
Para aquel escritor católico, nuestra religión no nos reduce a un sistema de limitaciones, sino que alimenta nuestras energías. La religión nos invita al amor esencial e implica por lo tanto, a los ojos del mundo, el mayor riesgo el don total.
¿El amor?
Mirad: Vivimos sobre esta tierra nuestra, pisando polvo de mártires. Siempre se nos ha dicho que los mártires son como los verídicos testigos de la Pasión de Dios. Si descendemos a nuestra Cripta Cesaraugustuna, hallaremos allí, en el silencio de las horas sagradas, el más hermoso diálogo de las almas. Todo martirio es como un aliento enamorado, contra el que no vale intentar sofocarlo en tiranía. Engracia, atada a la columna, con el corazón vuela. Y la sangre de Lamberto, tras de ser derramada, pervivirá en coágulo vivísimo.
Con el amor, el sacrificio es fiesta. En la capilla de nuestros mártires hay siempre un zoriteo de sonrisas.
Procuremos aprender que de los pequeños sacrificios, de la paciencia ante las contradicciones y molestias, ante el frío desamorado del entorno, un poco de amor también sonríe en nuestra cripta interior. Que de todas estas cosas, y pasando a nuestro lado en vecindad zaragozana, van camino de los altares una monjica con muletas y un hermano cristiano de Miguel Servet.
Que al llegar nuestro atardecer para ser juzgados en amor, repitamos con San Juan de la Cruz: "Qué bien sabíamos la fuente que mana y corre, aunque es de noche…”
Concluyo, hermanos, a la tercera sugerencia. La imaginería local es rica en exaltaciones cristológicas. Retablos, lienzos, orfebreria, miniados… Nada digamos de los pasos antiguos y los modernos. Vuestros Cristos procesionales en su patético realismo, son por nosotros mimados como preciadas joyas de arte religioso.
Mas esta tarde, aquí en San Miguel de los Navarros, se ha presentado Jesús el Nazareno. Un hombre en soledad, -peso agustiniano- del hombre en crisis.
Todo él ese cansancio de los quijotes escarnecidos… Ya es rey de burlas -corona hiriente-; ya han reventado la piel de sus espaldas los látigos mercenarios. Ante sus ojos extraviados por una noche sin sueño, todo el asombro de aquel pretorio enardecido, escupiéndole. La nariz afilada por el frío de la madrugada, palpitante como las de los reos en capilla. Ya hay amargor de hieles en su boca, y en sus pómulos aún queda la huella de los bofetones…Y el rozar de Judas.
¿Aquello es un hombre? Pero, contemplad esos labios abiertos y con ojos hinchados. Nos buscan, nos incitan, nos atraen.
Todavía el reo no ha cargado su cruz. Aún no el paso agobiante de un camino de amargura. Jesús está en pié, dispuesto a hablar como lo hacía a las orillas del Tiberíades… ¡Ay! esos labios abiertos, esconden en su panal de abejas las más bellas parábolas.
El Cristo es voz. Como era voz aquella campana de los perdidos, la que tocaba San Miguel a las noches de nieblas y rigores, para guiar a caminantes extraviados. Todavía esa llamada suya de la redención.
¡Oh Jesús Nazareno! con las manos atadas por nuestras cobardías; manos abiertas todavía para ser unción, resurrección y viático. Átanos a tus manos, para sentirnos en la más hermosa de las servidumbres;  donde el Amor nos hará amor con que alegrar al mundo.
¡Ea, Cofrades! Abramos el Pórtico de esta Semana Santa. Mañana, será mañana cuando comiencen los desfiles y las pláticas exaltadoras, y los salmos penitenciales, y se enciendan los cirios, y humeen los sahumerios y embriaguen las flores, y en marcha nerviosa los conductores… y los últimos retoques a hábitos, peanas y estandartes… Y el tozudo ramram de las carracas… y los tambores.
Desde las palmas de Jerusalén a la Resurrección, esta legión de cofrades mantenedores de nuestra fe baturra.
Termino, como zaragozana, en el Pilar. Allí, esta noche, habéis advertido a la señora que ya ha llegado el tiempo expiatorio. Y para aliviar su camino de espinas, le habéis llevado flores. Siempre me pareció que en estos días la Virgen dejaba su Pilar -al Niñico se lo llevaron los sicarios- y salía a la calle para repartir su manto entre los mantos señoriales de nuestras Dolorosas; como si su cara graciosa quisiera quedarse en gracia sobre la hermosura de los rostros llorosos.
Vírgenes dolientes de Zaragoza. Ya en tiempo de franceses, contaban éstos su pasmo cuando cruzaban la ciudad rendida, aquellas zaragozanas enlutadas dolorosas con el dolor de España.
¡Ay Vírgenes soñadas, vestidas con el mimo de novias por amorosas manos de mujeres. Versos de encajes, los salmos, las saetas, y las jotas. Lágrimas que nos arden en lo hondo pecador de nuestros corazones, pero que al contemplaros nos sentimos en esperanzas, como a su remonte celestial se esperanzó Santiago.
María, otra vez por nuestras calles. No podríamos ser menos, que quienes guardamos el Pilar, no hubiésemos sabido alzar con nuestras Vírgenes el cristiano dolor de Zaragoza.

COFRADIAS FRATERNAS: DIOS SEA CON VOSOTROS

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