viernes, 2 de septiembre de 2011

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 2009



Excelentísimo Alcalde de la ciudad de Zaragoza y querido amigo,
Señor Presidente y miembros de la Junta de Cofradías de la Semana Santa zaragozana,
Dignísimas Autoridades y Representaciones,
Señores y Señoras:



        No les oculto la emoción y la profunda satisfacción que me embarga al poderme dirigir a todos  Vds. en este marco incomparable de la Plaza del Pilar de Zaragoza. A lo largo de mi ya dilatada vida pública, he tenido la oportunidad de participar y asistir en diversos escenarios a actos llenos de un gran simbolismo o marcados por una profunda trascendencia, pero muy pocos comparables a esta oportunidad que se me da como Pregonero de la Semana Santa de Zaragoza de hablar en esta Plaza Mayor que lo es de España y de las Españas, donde confluyen las auténticas esencias de nuestra condición nacional como españoles ya que aquí, al lado del Pilar de la Virgen, mejor que en ningún otro sitio se encuentra nuestra naturaleza como nación, fe y cultura unidas a la más grande de las aportaciones que España hizo a la historia de la humanidad como fue el descubrimiento y la colonización del Nuevo Mundo de las Américas.
        Iniciamos hoy la celebración de una de las fiestas más importantes de nuestra tradición cristiana como es aquella que nos recuerda la Pasión, la Muerte y la Resurrección de nuestro Señor. La Semana Santa, junto a la Navidad, son los dos cultos en que los creyentes recordamos los dos instantes en que Jesús se nos presenta más humano y más cercano: su nacimiento y su muerte, momentos que dan lugar a las dos tradiciones más consolidadas en la expresión pública de nuestra fe, la Navidad y la Pasión.
        En el tiempo de Navidad, es cuando las familias se reúnen y se recogen en sus hogares, rememorando con los Villancicos, con la instalación de los nacimientos o con los regalos a los niños la sencillez y la humildad que acompañaron el nacimiento de Dios, cantado por aquellos humildes pastores que hasta el portal llevaron sus modestos presentes.
        La Semana Santa en cambio es la celebración pública y colectiva de la fe de un pueblo que sale a la calle con sus Cofradías de penitentes, con las imágenes que adornan sus Pasos, con la música solemne que, año tras año, expresan el sentimiento de duelo y de dolor con el que desde siempre en nuestra cultura acompañamos la muerte de un ser querido.
        Las procesiones de Zaragoza son en sí mismas la mejor de las oraciones, pero son también el reflejo del respeto a la fe de nuestros mayores, conservando las tradiciones que desde la Edad Media y a través de las Cofradías han recogido la piedad y la devoción del pueblo de Zaragoza.
        Para quien, como yo, durante tantos años ha ejercido las tareas de Alcalde, el oficio del Pregonero no puede representar algo ajeno. Pregonar es anunciar pero también es cantar y exaltar un acontecimiento y hoy yo quiero proclamar las excelencias de esta Semana Santa de Zaragoza que asienta sus raíces en siglos lejanos cuando aquí se establecieron las primeras órdenes de frailes Mendicantes y Predicadores como los Franciscanos y los Agustinos, en torno a  cuyas capillas e iglesias se instalaron las primeras Cofradías que en estos tiempos de Pasión comenzaron a recrear los últimos días de Jesús.
        Los cultos de Semana Santa, tal como hoy los conocemos, nacieron del conocimiento que nuestros antepasados tuvieron de los ritos y liturgias que las primeras comunidades cristianas de Tierra Santa celebraban para recordar la Pasión en el mismo escenario que Cristo recorrió sus últimos días.
        Fue una monja, por cierto de origen gallego, llamada Egeria, la primera que trajo a Europa la descripción de las ceremonias que en Jerusalén celebraban los cristianos por estas fechas. La monja Egeria fue una incansable viajera que allá por el siglo IV recorrió las tierras de Oriente, Grecia, Egipto, el Sinaí y Tierra Santa, teniendo la Biblia como guía de sus viajes que describió en un precioso libro titulado “Itinerarium”.
        La monja Egeria nos cuenta cómo, bajo la presidencia del Patriarca de Jerusalén en los días del Jueves y Viernes Santos, aquellos primeros cristianos procesionaban por las calles siguiendo el mismo camino del Señor, desde el Huerto de Getsemaní hasta el Monte Calvario, y en la misma Vía Dolorosa paraban haciendo estaciones que recordaban cada uno de los instantes dramáticos que los Evangelistas recogen en sus textos sobre la Pasión de Jesús, creando de esta manera una de las devociones más enraizadas en nuestro culto como cristianos, como es el del “Vía Crucis”.
        Por aquellos tiempos otra mujer, la Emperatriz Santa Elena, madre del Emperador Constantino, viajó también hasta Jerusalén y trajo a Roma las reliquias que recordaban los sufrimientos del Señor: la Corona de espinas, los clavos de la Crucifixión o trozos de la Cruz que serían los que darían lugar a las primeras Cofradías como fueron las llamadas de la “Vera Crucis”, advocación que fue una de las primeras de esta ciudad de Zaragoza, ya que allá por el siglo XV, la Reina Doña María, esposa de Alfonso V de Aragón, donó al Convento del Carmen de esta ciudad, una reliquia del “lignum crucis” dando lugar a la creación de la Cofradía de la Vera Cruz, de carácter penitencial y cuyos cofrades gozaban del privilegio de ganar indulgencia plenaria que perdonaba todos sus pecados, si el día de Jueves Santo se disciplinaban hasta hacerse sangre, o si pagaban las velas que alumbraban los pasos.
        También se cuenta de otra procesión de disciplinantes que procesionaba aquí en Zaragoza en el siglo XVI y que también como la anterior lo hacía la noche del Jueves Santo, saliendo sus cofrades del convento de San Agustín, flagelándose sus miembros hasta hacerse sangre.
        Estas modalidades de las cofradías penitenciales, que fueron las llamadas “de sangre”, fueron desapareciendo y lo cierto es que aquí en Zaragoza, como en el resto de España, la gran mayoría de las Cofradías y Hermandades, fueron de las llamadas “asistenciales”, ligadas a la devoción de las gentes del pueblo.
        En efecto, las celebraciones de la Semana Santa hunden sus raíces en la fe popular de las gentes sencillas que quisieron con las procesiones y con las Cofradías tener su propio protagonismo lejos de los cultos oficiales que en lengua latina se celebran en iglesias y catedrales. Surgen así principalmente en España y en Italia las primeras Cofradías, unas penitenciales y otras asistenciales, origen, como sucedió aquí en Zaragoza, de la Semana Santa tal como hoy la conocemos.
Las Cofradías asistenciales cumplían el principal de los mandatos evangélicos: amar al prójimo ayudando y favoreciendo a los más necesitados. Estas Cofradías asistenciales se encargaban de atender a los peregrinos y acompañar a los ajusticiados, de enterrar a los muertos o de dar albergue y alimento a los que nada tenían y siempre con el valor ejemplar de que eran precisamente Cofradías de personas sencillas, de gentes del pueblo sin mayores recursos que lo poco que tenían lo repartían con los más pobres.
Las Cofradías nacen en torno a los antiguos gremios medievales y aquellas procesiones de carpinteros, tejedores, plateros, canteros o comerciantes se constituyen en torno a una advocación de la Virgen o uno de los instantes de la Pasión de Jesús; las Cofradías encargaron imágenes que solas o bajo la forma de Pasos salieron a las calles para así revivir los tiempos más dramáticos en la vida del Señor, donde está contenido el misterio de la Redención.
Es curioso ver, como esta tradición nace aquí en Zaragoza, como en la mayor parte de las ciudades españolas, vinculada a la figura de San Francisco de Asís, mi Santo patrono, siendo a través de una de sus fundaciones, la Orden Tercera, como se asienta la costumbre de salir en procesión para dar enterramiento a Nuestro Señor, tal como sucede en Zaragoza, donde los franciscanos, aquí instalados en el lejano 1219, acogen a la antigua Hermandad de la Sangre de Cristo y organizan la procesión del “Descendimiento y Santo Entierro” junto con la Hermandad antes citada.
San Francisco de Asís, dice la tradición fue el autor del primer nacimiento, siendo por tanto el impulsor de los dos cultos más tradicionales de nuestra fe, como son el tiempo de Navidad y el de Pasión.
Desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, a lo largo de los siglos, la capacidad creativa de los hombres alcanzó expresiones singulares exclusivas de estas conmemoraciones. En la escultura, sobre todo en el Barroco, se reflejó en un arte propio como es el de la “imaginería”. Se musicaron y cantaron con todo dramatismo cada una de las escenas de la Pasión y en la pintura, desde los primitivos flamencos e italianos hasta el “Cristo” de Velázquez, miles de tablas han recogido toda la iconografía de la Pasión, pocos ciertamente con el dramatismo que Miguel Ángel consigue al esculpir el mármol de su famosa “Piedad” que se halla a la entrada de la Basílica de San Pedro.
La Semana Santa es el argumento más claro y más público del origen cristiano de nuestra cultura y nuestra civilización, incapaz de entenderse sin lo que ha representado y sigue representando la fe en el origen y desarrollo de nuestro pensamiento y nuestro arte.
Por las calles de Zaragoza a partir de mañana comenzarán a procesionar las Cofradías, saldrán imágenes y pasos, pero permitidle a vuestro Pregonero, que aquí, al lado de la Santa Patrona de España y de la Hispanidad, la Virgen del Pilar, termine esta oración, que es mi pregón, cantando a quien mejor que nadie refleja la parte más dramática de la Pasión, María, Virgen y Madre, que en las imágenes de las distintas advocaciones de vuestras cofradías, con sus ojos y el dolor de su rostro, expresa como nadie los sentimientos de dolor, de angustia, de soledad, de amargura, pero también de piedad y de misericordia, tal como se llaman las Vírgenes de la Semana Santa de Zaragoza.
Vírgenes que cantaron nuestros poetas, como en ninguna otra nación como cuando Gómez Manrique decía a la Virgen Dolorosa, la del corazón atravesado por siete cuchillos:
“ Entre tus penas extrañas
y dolores tanto crudos
siete cuchillos agudos
traspasaron tus entrañas
las cuales si me das gracia
te querría
presentar Virgen María
sin falacia”
O la Virgen de las Angustias que así cantaba Lope de Vega en sus versos a la Cruz:
“¡Ay divina Madre suya!
si ahora llegáis a verle
en tan miserables estado
¿quién ha de haber que os consuele?”

La Virgen de la Amargura que el mismo Lope de Vega compadecía en aquellos otros versos que decían:
“Hasta los pies y las manos
de Jesús los clavos entran
pero a la Virgen María
las entrañas le atraviesan”
La Virgen de la Piedad, la que recibe a su Hijo muerto y que el Príncipe de Esquilache los honró en los versos de la poesía llamada “A Cristo en los brazos de Nuestra Señora” que así rimaban:
“Sin alma el cuerpo, sin vivir la vida,
deshecha en sombras la mayor belleza
recibe entre su amor y su tristeza
la piedad de una Madre enternecida”
La Virgen de la Soledad, que mejor que nadie cantó Blanco Belmonte en su poesía llamada “la bajada del Calvario”:
“Por los caminos de la amargura
(piedras de sangre, polvo de llanto)
por el sendero de los dolores
sin un sollozo, sin un gemido,
mustia la frente, mudos los labios
como una imagen de eterna angustia
vuelve la Madre desde el Calvario”
He querido que mi Pregón sea una Oración a María, mi modesto homenaje a esta ciudad de Zaragoza que en su milenaria historia, entre muchas de sus honras y honores, tiene el de ser la custodia y guardiana de nuestra Patrona, la de toda la nación española, la Virgen del Pilar, que alentó y animó en su camino de evangelización al Apóstol Santiago, al “Señor Santiago” de mis tierras gallegas del Finisterre.
Y para ello termino honrándola en su condición de Madre de Dios, y Madre por tanto de la Redención de todos los humanos, pilar de nuestra fé y nuestra condición de católicos que creemos que desde el mismo instante de la encarnación, el mismo Hijo de Dios, entró en el vientre de María, y que San Juan de la Cruz, el mejor de los poetas que jamás los tiempos vieron, cantó en estos preciosos y a la vez precisos versos:

“Y quedó en Verbo encarnado
en el vientre de María
y el que tiene sólo Padre
ya también Madre tenía
aunque no como cualquiera
que de varón concebía;
que de las entrañas de ella
Él su carne recibía
Por lo cual Hijo de Dios
Y del hombre se decía
San Juan de la Cruz – “In pricipio erat verbum”

A María encomiendo España y está ciudad de Zaragoza. Que así sea.
Muchas gracias,



Por el Excmo. Señor Don
Francisco Vázquez y Vázquez
Embajador de España
cerca de la Santa Sede
Alcalde que fue de
la Ciudad de La Coruña


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