lunes, 29 de agosto de 2011

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 2003





Un año más, Zaragoza se dispone a celebrar su Semana Santa. Y lo hace como sabe; como acostumbra cada año, generación tras generación, siglo tras siglo. Lo hace con devoción, con recogimiento, consciente de lo que celebra, pues nada menos que lo que celebramos los cristianos cada año, al llegar la primavera, son los misterios de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Su Pasión y su Muerte pero también su Resurrección, indudablemente la razón y la esperanza de nuestra Fe.







Desde hace ya algunos meses, al anochecer de cada día, comienzan a llegar a nuestros oídos los sonidos, más o menos lejanos, de los tambores. Tambores que nos van anunciando la Semana Santa, cada vez más próxima. Son nuestros hombres y mujeres, nuestros jóvenes que, con esfuerzo, quitando tiempo a sus estudios y también a su ocio, se acercan hasta los lugares de ensayo -cada año más lejanos y muchas veces incómodos, para no molestar- para preparar, con interés y cariño, los toques que de una forma vibrante, entregada, acompañarán el desfile procesional de nuestras más veneradas imágenes por las calles zaragozanas.
Y éste es el primero de los tres aspectos en los que quiero centrar mi pregón de nuestra Semana Santa, en esta noche, víspera del Domingo de Ramos cuando la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén -cofradía a la que pertenezco desde mi niñez- inicie con su desfile procesional la semana grande de nuestra fe.

          Pregonero: Wifredo Rincón García


En el ya lejano año de 1981, cuando publiqué junto con Alfonso García de Paso el libro La Semana Santa en Zaragoza, escribíamos a propósito del tambor: "La fundación de la Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan, en el año 1940, con la inclusión en sus desfiles procesionales de un grupo de cofrades tocando el tambor, significó para la Semana Santa zaragozana una nueva época, en la que los ruidos rasgados de estos instrumentos vinieron a quebrar el silencio que tan tradicional era en los desfiles procesionales Zaragozanos...". Sin embargo, no era nueva en Zaragoza la presencia de tambores acompañando la procesión del Santo Entierro, pues ya en 1700 están documentados una caja enlutada, un pífano y un tambor que acompañaban el paso de la Muerte y estos mismos instrumentos musicales los encontramos en las descripciones de las procesiones a lo largo de los siglos XVIII, XIX y primeras décadas del XX. En 1823 formaron parte de la procesión del Santo Entierro "los tambores de las tropas realistas" y poco a poco otras bandas militares, tocando marchas fúnebres, se irían integrando en la procesión del Viernes Santo.
La incorporación de los tambores, poco antes de mediar la centuria pasada, y la fundación de numerosas cofradías de carácter penitencial, vinculadas como filiales a la Muy Ilustre, Antiquísima y Real Hermandad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, serán las claves para una época de florecimiento de nuestra Semana Santa.
Tradicionales los toques de tambor y de bombo en la Semana Santa bajoaragonesa, inmortalizados por la cámara cinematográfica de nuestra paisano el calandino Luis Buñuel, en Zaragoza pronto tomarán carta de naturaleza, con nuevos toques, incorporándose poco a poco en la mayor parte de nuestra cofradías.
Los tambores acompañan a Jesús en su Pasión, en el largo trayecto de su particular "Vía Sacra", que transcurre entre la solemne y multitudinaria Entrada en Jerusalén, triunfal y ruidosa y el fúnebre cortejo de su entierro, tras su crucifixión y muerte. Jesús fue un ajusticiado, sentenciado a muerte por las leyes romanas, y nosotros, cada año, al recordar su pasión -al igual que se hacía con aquellos que iban a ser ajusticiados- le acompañamos en el camino de su "Gólgota", por las calles de nuestra ciudad, con el sonido de nuestros tambores.
Tambores, timbales y bombos, instrumentos de percusión, cuyos sonidos se unen en aquí a los de destemplados ruidos que producen las carracas de madera que tocan los hermanos más jóvenes de la Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén y los de las tradicionales matracas -ya documentadas en 1666- que portan los miembros de la Cofradía del Santísimo Ecce Homo. Y todo ello, junto a las enlutadas trompetas de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Agonía o del Silencio.
Son los sonidos de nuestra Semana Santa, que rompen la monotonía de la ciudad y proclaman nuestra Fe. Sonidos sin embargo que no son capaces de ahogar los rezos y meditaciones de los cientos de devotos y penitentes que acompañan a cada uno de nuestros pasos. Penitentes que, en muchos casos, arrastran por nuestras calles sus pies encadenados, cansados. Cada uno de estos penitentes, como personal redención de sus pecados o como promesa, con el ruido metálico de sus cadenas, nos completan este variopinto concierto que nuestras cofradías ofrecen en sus desfiles procesionales.
Y junto a los rezos y a los sentimientos expresados a través de los instrumentos musicales, el canto de algunas saetas y, sobre todo, de nuestra jota. Sin lugar a dudas, la jota aragonesa es la
más importante manifestación del alma de Aragón. En nuestro rico folklore nacional, nada hay tan vibrante, tan profundo y también cuando es preciso, tan alegre, y tantas veces desgarrado, como la Jota. Con ella, el aragonés ha sabido siempre mostrar sus sentimientos, y sirve tanto para expresar los amores humanos, como de grito de guerra contra el invasor. Y sirve también para mostrar nuestras más íntimas devociones y se convierte así en oración, como las que cada año, cada Martes Santo, al anochecer, cantan nuestros joteros, acompañados del redoble del tambor, en la salida procesional de la Cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora.
El segundo aspecto que quiero destacar en esta noche, en este Pregón, es la importancia histórica de nuestra Semana Santa, vinculada a lo largo de los siglos a dos instituciones religiosas de gran raigambre en nuestra ciudad: la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís y la ya antes mencionada Muy Ilustre, Antiquísima y Real Hermandad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. A lo largo de varios siglos compartieron su sede en el mismo templo, en la iglesia del convento de San Francisco que se levantaba, hasta la Guerra de la Independencia, en el solar que actualmente ocupa la Diputación Provincial en la Plaza de España. La primera de estas instituciones, la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís celebraba desde época medieval tres concurridas procesiones: la del Encuentro el Martes Santo, el Santo Entierro en la noche del Viernes Santo, después de la piadosa función del Descendimiento de Cristo de la cruz y, por último, la de Resurrección, en la mañana del Domingo de Pascua. Y estas celebraciones se dilataron, de forma continuada, hasta el quebranto que para nuestra ciudad significaron los Sitios que las tropas napoleónicas le pusieron en 1808 y 1809.
La Hermandad de la Sangre de Cristo hunde sus raíces en el siglo XIII, constando que en el año 1280 tenía capilla propia en la iglesia conventual de San Francisco, dedicándose secularmente a la recogida de los cadáveres abandonados y de aquellos que morían de forma accidental, labor humanitaria que hoy, en pleno siglo XXI, todavía tiene encomendada.

Por lo que respecta a la Semana Santa, a lo largo de los siglos desarrollaron sus piadosas procesiones y desde 1823 es la única institución religiosa encargada de la celebración de la procesión del Santo Entierro, ejercicio piadoso que cada año, en la tarde del Viernes Santo, reúne a todas las cofradías de la ciudad que desfilan hermanadas sirviendo de prólogo a la carroza de la Cama, en la que se traslada el cuerpo muerto de Cristo, en ese simbólico entierro que le hace la Ciudad de Zaragoza.
Poco a poco la Sangre de Cristo integrará en sus desfiles procesionales a antiguas cofradías y hermandades y a las nuevas cofradías que desde 1937, cuando se fundó la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad, se irán creando. Así, paulatinamente, cada uno de los momentos de la Pasión y Muerte de Cristo se materializará en una nueva cofradía con un paso procesional que lo represente, como paso titular. En 1938 nacerían la sección de la Virgen de los Dolores de la Hermandad de San Joaquín (fusionadas en 1949) y las Cofradías de Jesús Camino del Calvario y de la Entrada de Jesús en Jerusalén y dos años más tarde, la de las Siete Palabras y de San Juan y la del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora. En 1941 se fundará la Cofradía del Señor atado a la Columna y en 1943 la de Nuestro Señor en la Oración del Huerto. La de Nuestro Padre Jesús de la Agonía y de Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos o del Silencio se creó en 1944 y será ya en 1947 cuando se funden otras dos nuevas cofradías: la de la Institución de la Sagrada Eucaristía y la del Prendimiento del Señor y el Dolor de la Madre de Dios. En 1948 lo será la Cofradía del Santísimo Ecce Homo y de Nuestra Señora de las Angustias y en 1951 y 1952, mediado el siglo, las cofradías de la Coronación de Espinas y de la Crucifixión del Señor y de San Francisco de Asís. Casi una década más tarde, en 1960, la de Nuestra Señora de la Asunción y Llegada de Jesús al Calvario y en 1976, la Hermandad de Cristo Resucitado y Santa María de la Esperanza y del Consuelo. La Esclavitud de Jesús Nazareno y la Congregación de Esclavas de la Virgen de los Dolores, de notable antigüedad en ambos casos, se integrarán como filiales de la Hermandad de la Sangre de Cristo en 1940 y 1946.
Y cuando parecía que nuestra Semana Santa estaba cerrada, completados ya los más importantes misterios de la Pasión, el entusiasmo de algunos zaragozanos, impulsados sobre todo por su fe, llevará a feliz término la fundación de nuevas cofradías. En 1987 la de la Exaltación de la Santa Cruz; en 1992 la Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Señor Jesús de la Humildad entregado por el Sanedrín y de María Santísima del Dulce Nombre -refundación de otra cofradía nacida una década antes- y la Cofradía de Jesús de la Humillación, María Santísima de la Amargura, San Felipe y Santiago el Menor, cerrando este dilatado proceso de creación de nuevas cofradías la de Cristo abrazado a la Cruz y de la Verónica, que lo fue hace una década, en 1993.
Pero no solamente tiene importancia en este proceso histórico la sucesiva fundación de cofradías y las salidas de nuevos desfiles procesionales. A la vez , y particularmente en las décadas de los ochenta y de los noventa, se va a producir un importante fenómeno que yo definiría como social-religioso. Y he puesto en primer lugar la palabra social, pues en muchos casos la aproximación e ingreso de nuevos hermanos en las cofradías ha sido, sin lugar a dudas, por el toque del tambor o por la peculiaridad de sus hábitos. Pero, también sin lugar a dudas, este aspecto sólo es externo. Y aunque tal vez haya algunos cofrades para los que eso sea suficiente, pienso que en la mayor parte de los casos, a lo largo de nuestras celebraciones litúrgicas, en nuestro íntimo encuentro con Dios, en las guardias ante los pasos procesionales o en las velas ante el Santísimo, el contenido iconográfico y las imágenes de cada uno de nuestros pasos, el momento que representa nuestra cofradía, nos ayuda a encontrarnos mejor con Dios y con nosotros mismos. Y también con nuestros semejantes. No valdría para nada nuestra Semana Santa si debajo de esos capirotes, de esos terceroles y de esos velos, sólo hubiera cofrades, no verdaderos cristianos.
He dejado para el último lugar un aspecto que, debido a mi profesión, quiero destacar de nuestra Semana Santa. Y éste, es el artístico. Como Historiador e Investigador de Historia del Arte me he aproximado en muchas ocasiones a nuestra imaginería procesional y también a sus autores y a lo largo de más de dos décadas, un buen número de nuestras imágenes procesionales han ocupado muchas horas de mi trabajo como historiador.

España, el mundo, está lleno de tópicos. Y tantas veces hemos oído ponderar, y no sin razón, la imaginería procesional de Valladolid, Sevilla o Murcia, por citar sólo algunos ejemplos, que hemos podido llegar, tal vez, a avergonzarnos de la "pobreza" de nuestros pasos. No puedo negar la importancia de los Juni vallisoletanos, de los Montañés sevillanos o de los Salzillos de Murcia, pero también debo decir, con fuerza, valientemente, que no todo en estas ciudades son Juni, Montañés o Salzillo. Hay otras obras de artistas menos importantes, o tal vez menos conocidos, menos ponderados. Pero por ello, en muchas ocasiones, no dejan de ser menos artísticos.
Zaragoza puede mostrar con orgullo un conjunto procesional que debo definir, y creo que sin exagerar, como muy importante y representativo de la escultura aragonesa de los siglos XIX y XX, añadiendo a ello algunos aportes foráneos que han venido a enriquecer con nuevas visiones plásticas, nuestra tradicional Semana Santa.
Con la destrucción del convento de San Francisco durante los Sitios de Zaragoza en 1808 y 1809, se perdieron las imágenes procesionales que la Venerable Orden Tercera y la Hermandad de la Sangre de Cristo tenían en la iglesia conventual. Solamente pudo ser salvada la imagen del Santo Cristo de la Cama que después de estar depositada algún tiempo en el templo de Nuestra Señora del Pilar, en la Santa Capilla de la Virgen, encontró acomodo definitivo en la capilla que la Hermandad de la Sangre de Cristo dispuso para este fin en la Real Capilla de Santa Isabel -más conocida como San Cayetano- donde desde el año 1813 tiene establecida la Hermandad su sede canónica.
Pocos años más tarde comenzó la Hermandad de la Sangre de Cristo a encargar nuevos pasos procesionales que sustituyeran a los perdidos, y así, entre 1818 y 1830 se desarrollarán importantes iniciativas que permitirán procesionar los pasos con los misterios de la Pasión de Cristo. Y entre estas primeras imágenes debemos mencionar las de Jesús atado a la columna, Ecce Homo y Jesús Camino del Calvario, bellas obras de corte neoclásico del escultor Tomás Llovet, en 1818. Las dos primeras ya no se procesionan. La última es el paso titular de su cofradía. Un año más tarde, Pedro León, realizaría el desaparecido paso de la Oración en el Huerto y en 1827 Luis Muñoz esculpiría otro, también desaparecido, de la Coronación de Espinas y junto con su hijo Vicente, llevarían a cabo en 1829 el del Cenáculo, titular de la cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía hasta tiempos muy recientes.
El mismo escultor Tomás Llovet, antes mencionado, esculpió entre 1828 y 1829 el grupo procesional de La Llegada de Jesús al Calvario.
Algunos años más tarde, el escultor bilbilitano José Alegre realizaría los grupos escultóricos del Calvario o Crucifixión -también conocido como La lanzada o Longinos-, en 1841, con las tres cruces y el soldado Longinos, a caballo, en el momento de alancear el costado de Cristo; el Prendimiento, en 1847, escena llena de tensión y el monumental y bien logrado conjunto del Descendimiento, ya en 1848, siguiendo el lienzo del mismo tema pintado dos siglos antes por Pedro Pablo Rubens.
Será ya en 1862 cuando el escultor Antonio José Palao Marco esculpa el destruido paso procesional de la Entrada de Jesús en Jerusalén y en 1871, este mismo artista concluía la imagen de la Piedad. Murciano de nacimiento, de Yecla, al realizar esta imagen de la Virgen tendrá en cuenta, sin lugar a dudas, la talla de la misma advocación, obra de Salzillo, realizada por este escultor para la iglesia parroquial de Yecla, donde se conserva. La Virgen, sedente, con su hijo muerto, cuya cabeza apoya en sus rodillas, abre los brazos de dolor y eleva sus ojos, impotentes, pero confiados, hacia al cielo.
En la segunda década del siglo XX, tras la realización de un concurso de reforma de nuestra Semana Santa -se entiende desde el punto de vista plástico- se haría un nuevo grupo de la Oración en el Huerto, obra de Francisco Borja, que se estrenaba en 1913.
Destruido por un incendio en 1935 el paso procesional de la Entrada de Jesús en Jerusalén, en 1940 se estrenaba uno nuevo, con numerosas figuras, obra de los Hermanos Albareda. Será a partir de este momento, y con la creación de las nuevas cofradías, cuando otros nuevos pasos se incorporen a la Semana Santa de Zaragoza. Así, en 1941 se estrenaban el de la Caída de Jesús camino del Calvario, de Talleres Castellanos de Olot y en 1948 el que durante varias décadas ha sido único titular de la Cofradía de la Siete Palabras, obra del escultor aragonés Félix Burriel. Corresponde a la tercera palabra: "Mujer, he ahí a tu hijo. He ahí a tu madre" y así, junto a la figura de Cristo en la cruz, aparecen la Virgen María y San Juan. En la Semana Santa de 1949 fue estrenada la impresionante imagen de Jesús atado a la columna, obra de José Bueno, sin lugar a dudas, por su tamaño y expresividad, una de las esculturas más importantes de nuestra Semana Santa.
Parecía quedar entonces completo el programa iconográfico de la Pasión de Cristo procesionado cada Semana Santa por las calles de Zaragoza. Sin embargo, avanzada ya la segunda mitad del siglo XX, con el nacimiento de nuevas cofradías, otros escultores, zaragozanos o foráneos, llevaran a cabo nuevas obras. Jorge Albareda esculpirá en 1978 la gloriosa imagen de Cristo resucitado para su Hermandad titular y posteriormente, en 1980, la talla de María de la Esperanza y del Consuelo, que completaba su doble advocación.
Las imágenes de Cristo abrazado a la cruz y de la Verónica, de su cofradía titular, son obra de Daniel Clavero Díez y datan de 1993, el mismo año que se estrenaba el paso de la Elevación de la cruz, obra del escultor zamorano Ricardo Flecha, para la cofradía de la Exaltación de la Santa Cruz. Los dos pasos de la Hermandad y Cofradía de la Humildad, el de Jesús de la Humildad y el de María Santísima del Dulce Nombre, corresponden al imaginero sevillano Francisco Berlanga, ya en 1994. El primero de ellos se ha completado este mismo año con las figuras de Caifás y un romano, obras del mencionado escultor. También, hace poco más de un mes, se ha bendecido una nueva imagen titular para la cofradía de la Humillación.
Pero no sólo las nuevas cofradías han incorporado pasos a nuestra Semana Santa. Otras, movidas por el deseo de enriquecerla aún más, han mandado esculpir nuevos misterios que sustituyeran a los antiguos o que completaran sus titularidades. Para la Cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía realizaba el murciano Antonio Labaña el Cristo del Amor Fraterno, estrenado en 1991 y en 1999, otro nuevo paso de La Santa Cena, con imágenes talladas cuatro años antes por Elías García. La de Jesús atado a la columna incorporó en 1991 la imagen de Nuestra Señora de la Fraternidad, obra del sevillano Pedro García Borrego y en 1998 un nuevo grupo de la Flagelación, de Antonio Hernández. La esclavitud de Jesús Nazareno también estrenó en 1991 el paso de la Conversión de Santa María Magdalena, obra del murciano Francisco Liza. De este mismo escultor, dos años antes, en 1989, la cofradía de las Siete Palabras integraba el paso de la quinta palabra, "Tengo sed".

Recordaré ahora algunas de las imágenes de la Virgen -no mencionadas hasta ahora- que procesionan por las calles de Zaragoza. Al escultor zaragozano Carlos Palao, de principios del siglo XX, se atribuyen las imágenes del Dolor de la Madre de Dios, de la Cofradía del Prendimiento, y la Dolorosa, de la Congregación de Esclavas. Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos, también conocida como la Virgen blanca, de la Cofradía del Silencio fue esculpida en 1953 por Jacinto Higueras y pocos años antes, en 1949 se bendecía la imagen de la Dolorosa, de la Hermandad de San Joaquín y la Virgen de los Dolores, obra de Manuel José Calero Arquellada. Mayor antigüedad tiene la imagen de la Virgen de las lágrimas, de la cofradía del Descendimiento, de un taller vinculado a Salzillo, del siglo XVIII.
Pero también debemos destacar que en los últimos años algunas imágenes devocionales, no concebidas originariamente como procesionales, han sido integradas por las cofradías y así debemos recordar el Cristo de Getsemaní, del siglo XVII, del convento de Jerusalén, por la cofradía de la Oración en el Huerto, del que se hizo una réplica por el escultor Francisco Rallo, o el Jesús atado a la columna, del siglo XVIII, del convento de Santa Inés, de la cofradía del mismo título. Notable interés tiene el busto de Cristo coronado de espinas, de finales del siglo XVIII de la cofradía de la Coronación de Espinas. La nueva cofradía de la Humillación incorporó a sus procesiones dos imágenes antiguas. La de Cristo, es obra de Felix Sayas, de 1770, y fue transformada para su nueva advocación, mientras que la de María Santísima de la Amargura, se atribuye a Tomás Llovet, de los primeros años del siglo XIX.

Ahora es el momento de prestar nuestra atención a algunas de las más importantes imágenes de nuestra Semana Santa, por supuesto desde el punto de vista artístico. Y debemos recordar al Jesús Nazareno, de su esclavitud, venerado en la iglesia de San Miguel de los Navarros, posiblemente de finales del siglo XVI; el Cristo de la Agonía de la Cofradía del Silencio, de la iglesia parroquial de San Pablo, bella talla de Jerónimo Nogueras, de 1588. Concluiremos esta aproximación a nuestra escultura procesional con la que sin lugar a dudas es la mejor talla de las que toman parte en los desfiles de la Semana Santa de Zaragoza: el Ecce Homo, de la iglesia parroquial de San Felipe y Santiago el Menor, que desde el año 1967 es el titular de la cofradía del Ecce Homo. Se trata de una magnífica e impresionante talla en madera de roble, posiblemente de taller holandés, fechable entre los años 1485 y 1490.
Por supuesto, habré dejado de citar algunas imágenes y pido perdón por ello. Todas son importantes, no sólo por su interés artístico sino, y por encima de éste, por lo que representan.

Acabo ya este Pregón de la Semana Santa de Zaragoza. Estamos aquí, esta noche, en esta plaza de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, impetrando como siempre la ayuda de nuestra Madre la Virgen. Hemos salido procesionalmente, por primera vez este año, desde la Real Capilla de Santa Isabel de Portugal, de nuestra entrañable iglesia de San Cayetano, para dar testimonio de nuestra fe. A partir de mañana, nuestras calles serán escenario de procesiones. Las calles de Zaragoza se convertirán en templos vivos donde los fieles rezarán, y tal vez muchos se emocionarán al ver pasar, esculpidos, los momentos más dramáticos de la Pasión. Otras muchas personas, tal vez, sólo sabrán admirar la belleza escultórica de nuestros pasos; el variado colorido de nuestros hábitos, los bellos bordados de nuestros estandartes, la riqueza de nuestras cruces guía o de nuestros faroles. Tal vez sólo se queden con el sonido de los tambores, de los timbales, de las carracas, de las matracas o de las trompetas. Tal vez tan sólo puedan y sepan percibir el "aparato externo" de nuestra Semana Santa. Por ello, nosotros, los cofrades que integramos la Semana Santa de Zaragoza, con nuestra actitud, con nuestro recogimiento, con nuestro esfuerzo en las largas horas de procesiones, debemos dar testimonio de nuestra fe, ser testigos de nuestra fe. Demostrar que lo que estamos viviendo estos días no es un recuerdo de algo que pasó hace casi dos mil años. No. Lo que estamos viviendo es algo nuevo. Es algo vivo. Es una conmemoración de un misterio de fe. Es una nueva Pasión de Cristo. De ese Cristo que nació y murió por nosotros. De ese Cristo que cada día, tantas veces, nuevamente matamos los hombres, sin acordarnos que en cada prójimo también está Cristo. Que nuestro prójimo, por encima de razas y creencias, es nuestro hermano y que todos somos hijos e hijas de Dios.
Este Semana Santa los zaragozanos vamos a dar, una vez más, testimonio de nuestra fe. Lo estamos dando ya esta noche. En este Pregón que da inicio a nuestra Semana Santa. Pero, este testimonio de fe no debe limitarse a los días que procesionamos nuestras imágenes titulares. Este testimonio, como cofrades zaragozanos, debemos darlo todos los días. Dentro de una semana, después de que festejemos con solemnidad la Resurrección de Cristo, volveremos a dejar colgados los hábitos en los armarios, guardaremos nuestros instrumentos de música, volverán nuestras imágenes a sus altares. Retornaremos a nuestros quehaceres diarios después de esta semana de procesiones y celebraciones litúrgicas. Pero no podremos ser los mismos que somos hoy. Porque como Cristo en su Pasión, todos y cada uno de nosotros habremos padecido con él, habremos entrado triunfalmente en Jerusalén, compartimos su mesa, su pan y su vino, su cuerpo y su sangre en la Última Cena; habremos sudado sangre y sufrido en el Huerto de los Olivos; nos habrán traicionado y vendido; nos habrán prendido, flagelado e insultado. Nos habrán escarnecido. Caminaremos con él hacia el Calvario; y al crucificarle a él, nos habrán crucificado también a nosotros con él. Porque si somos cristianos, lo somos para todo. Habremos descendido a los infiernos y con él, resucitamos. También habremos consolado a María, a esa Madre que llora junto al hijo muerto y, junto a ella, habremos sentido en nuestro corazón las espadas que le traspasan.
Suenen ya los tambores. Anunciemos al mundo que Zaragoza, los zaragozanos, nos disponemos a celebrar un año más nuestra Semana Santa. Que lo hacemos como sabemos hacerlo, dando testimonio público de nuestra fe, desde nuestra identidad propia de aragoneses.


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