domingo, 28 de agosto de 2011

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 2001






El Pregonero elegido para el año 2001, fué el Arzobispo de Zaragoza, Monseñor D. Elías Yañez, y que en su momento le solicitamos que nos facilitase el texto de su pregón para poderlo públicar, siéndonos remitido con toda celeridad, por lo que queremos mostrarle nuestro más sincero agradecimiento





PREGON DE SEMANA SANTA 2001


1- “Pregón”, “pregonar”, “pregonero” no son palabras alejadas del lenguaje cristiano.  Casi puede afirmarse que son palabras específicamente cristianas:  “Pregón” es la palabra castellana ajustada a la predicación cristiana y a su objeto; -la muerte y resurrección de Jesús-.  Traduce la palabra griega “Kerygma”.  Pablo escribe a los cristianos de Corinto:  “Dios ha querido salvar a los creyentes por la locura de la predicación.  Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos;  mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios.  Pues lo que en Dios parece locura, es más sabio que los hombres y lo que en Dios parece debilidad es más fuerte que los hombres (1 Cor 1, 22-25).  En este texto capital de Nuevo Testamento las palabras “predicación” y “predicar” podríamos haberlas reemplazado por “pregón” y “pregonar”.

Este “pregón” se nos manifiesta de modo especial en la Semana Santa de dos formas, complementarias e inseparables.  La más “visible” son sin duda las imágenes, las procesiones.  El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:  “las imágenes sagradas, presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, están destinadas a despertar y alimentar nuestra fe en el misterio de Cristo.  A través del icono de Cristo y de sus obras de salvación, es a él a quien adoramos.   A través de las sagradas imágenes de la Santísima Madre de Dios, de los ángeles y de los santos, veneramos a quienes ellas representan” (n. 1192).  Hemos de estar vigilantes para mantener vivas en nuestra mente y en nuestro corazón las motivaciones de fe, pues como dice el Papa Juan Pablo II:  “desligar la manifestación de la religiosidad popular de las raíces evangélicas, reduciéndolas a mera expresión folclórica, sería traicionar su verdadera esencia”.  (nota 1).

2. En la Semana Santa se llevan las imágenes en procesión.  Es otro elemento expresivo de singular importancia:  manifiestan el carácte dinámico de la Iglesia en marcha.  Es un caminar "con otros” que  hace visible el carácter comunitario de la Iglesia, como pueblo de Dios;  manifiesta la común voluntad de avanzar hacia una meta,  hacia el encuentro definitivo con Cristo resucitado, en la Jerusalén celestial.  Por ello aun que en la Semana Santa contemplamos sobre todo los misterios de la pasión y muerte del Salvador, y hay silencios y meditación, y hay actos penitenciales, sin embargo nunca falta la nota de alegría:  porque Cristo nos ha traído el perdón de Dios Padre, y nos ofrece la participación en la vida divina como hijos de Dios, por el don del Espíritu Santo;  nos promete la resurrección de nuestra carne mortal, en virtud de su muerte y resurrección.  La Semana Santa es una gran catequesis cristiana que habla a nuestros sentidos, que envuelve nuestro ser corporal y espiritual, en su dimensión individual y comunitaria;  es una forma de proclamar el Evangelio en la medida en que participemos en ella con auténtica fe.

3.El “pregón” de la muerte y resurrección de Cristo resuena en la Semana Santa sobre todo en las celebraciones litúrgicas, en las que se proclama la palabra de Dios y se hace realmente presente, especialmente en la Eucaristía, la ofrenda de Cristo en la cruz.  Pablo escribe a los cristianos de Corinto, refiriéndose a la celebración eucarística:  “Así pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva” (1 Cor 11,26).  Hoy, en nuestra liturgia, la comunidad cristiana pregona públicamente y solemnemente la muerte de Jesús, es decir, la muerte del Señor que murió por nosotros y ha resucitado para siempre.

4. De este modo se pone de manifiesto que el Cristianismo es ante todo un “pregón”, un Mensaje de salvación, dirigido al mundo entero.  Un mensaje con el que anunciamos la salvación que dios nos ofrece en Crsto-Jesús.  Anunciamos a Jesús, el Hijo eterno de Dios que se hizo hombre por nosotros, que murió y resucitó por todos que de venir como único Señor de la vida y del juicio;  que llama a todos los hombres a reconocerlo y a invocarlo cotal.  A todos llama a la conversión.  A todos nos promete participar para siempre en su resurrección gloriosa.

El Cristianismo ofrece una doctrina dogmática y moral, una concepción de la vida del hombre y de su destino definitivo, una esperanza para todo hombre.  Pero es ante todo y sobre todo una Persona:  Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, para nuestra salvación.  Nuestra vocación es vivir en íntima comunión con Cristo, como hijos de Dios, participando de su vida de Hijo “Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21). Y en unión con Cristo vivir en comunión con Dios Padre, con la gracia del Espíritu Santo.

5. El “pregón” cristiano es un Mensaje de amor... “Porque cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impios.  Es verdad, apenas habrá quien muera por un justo;  sin embargo pudiera ser que alguno muriera por un hombre bueno, pero Dios prueba su amor hacia nosotros en que, siendo adores, murió Cristo por nosotros”  (Rom 5, 6-8).  “Porque tanto amó Dios al mundo – dice San Juan- que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que, tenga vida eterna, pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que condene al mundo sino para que el mundo sea salvo por él” (Jn 3,16-17).

6. En la muerte de Cristo, Dios Padre nos ofrece su perdón.  Nosotros pecadores no tenemos el poder ni la capacidad de recuperar nuestra amistad con Dios, es enemistad contra el Dios que nos ama; es una especio de muerte espiritual; es perder la vida de gracia.  Para salir de nuestro pecado es absolutamente necesaria la iniciativa ds que ahora pre Dios, su misericordia y su poder santificador, es preciso que Dios quiera perdonarnos y llamarnos de nuevo a la amistad con El.  Su amistad es un don gratuito.  Ël no puede concedérnoslo si nosotros no renunciamos a nuestros pecados, es decir, a nuestra enemistad contra Ël.  Pero esta renuncia a nuestras culpas sólo es posible con la fuerza del Espítitu Santo.

7. Jesús nos reveló en la parábola del hijo pródigo el amor misericordioso del Padre siempre dispuesto al perdón.  En la muerte de Cristo, Dios Padre nos ofrece a nosotros los pecadores de toda la historia, el perdón y la reconciliación, su amistad y una vida nueva, la vida de gracia, vida divina, la vida de los hijos de Dios.  La reconciliación, por la muerte de Cristo, se nos ofrece por medio del misterio de los Apóstoles y sucesores de los Apóstoles (=los Obispos y presbíteros) que no actúan en nombre propio sino en nombre de Cristo, especialmente mediante el sacramento de la Penitencia.  “A quieres perdonéis los pecados les quedan perdonados” dijo Jesús a los Apóstoles el día de su resurrección, al concederles el don del Espíritu Santo (Jn 20,23).  Es Cristo, el Hijo de Dios clavado en la cruz, el que con su ofrenda de amor, al aceptar la muerte libremente, con humilde obediencia al Padre, a favor de nosotros, nos mereció el perdón de nuestras culpas y el don del Espíritu.

8. En la última Cena manifestó Jesús el sentido de su muerte al instituir la Eucaristía, con las palabras que ahora pronuncia el sacerdote en cada celebración eucarística para consagrar el pan y el vino, con la fuerza del Espíritu Santo, cumpliendo el mandato de Jesús.  En la consagración del pan: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”.  En la consagración del vino: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdon de los pecados. Haced esto en memoria mía”. (cf. 1 Cor 11,23-25 y par).

En la Eucaristía se hace presente, bajo las especies del pan y el vino, Jesucristo, mismo resucitado, viviente, pero se continúa presentando al Padre la ofrenda de amor que Él hizo de sí mismo en la última cena y en la cruz.

9. Esta ofrenda es un acto de amor que no cesará jamás.  Cristo continúa amándonos con el mismo amor con que nos amó en la cruz: “está siempre vivo para interceder por nosotros (Hbr 7.25); “habiendo ofrecido en su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Hbr 5. 7-10). Él es para nosotros trono de gracia y de misericordia: “acerquémonos por tanto confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar la gracia de un auxilio oportuno” (Hbr 4,16).

10. Nunca comprenderemos este amor y humildad que llevó al Hijo eterno de Dios a hacerse hombre en el seno de María, sin dejar de ser Dios, hombre en todo igual a nosotros menos en el pecado, solidario de toda la humanidad.  Dice San Pablo que por nosotros se hizo verdaderamente esclavo:  “se despojó a sí mismo tomando la condición de esclavo” Se rebajó a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz” (Flp 2, 7-8). Esto los significó en la última cena asumiendo un oficio de esclavo, postrándose ante cada Apóstol para lavarle los pies (Jn 13, 4ss).  Dice Juan “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo “ (Jn 15, 1).

11. San Juan da un paso más cuando nos dice que en la encarnación, pasión y muerte de Cristo, no solo se manifiesta el amor con que Dios nos ama, amándonos en su Hijo.  Se manifiesta el ser mismo de Dios:  “Dios es amor”.  El ser de Dios consiste en amar:  Es el amor del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo.  Conocemos quien es Dios por el testimonio que Él ha dado de sí mismo en la creación, en la historia de la salvación y especialmente en la muerte y resurrección de Jesucristo, su Hijo.  Dios ha probado de muchas maneras su amor por nosotros.  Ha sido Dios mismo quien ha tomado la iniciativa, para nosotros absolutamente insospechada, sin mérito alguno de nuestra parte.  Y no porque tuviera necesidad de nosotros, no desde la indigencia sino por su generosidad y amor desbordante.  El amor con que Dios Padre nos ha amado en su Hijo Jesucristo clavado en la cruz y dándonos el Espíritu Santo, es el amor con que Dios nos ha amado desde toda la eternidad a cada uno de nosotros. 

“Dios es amor – dice San Juan – El amor a Dios hacia nosotros se manifestó en que envió al mundo a Hijo Unigénito para que nosotros vivamos por él.  En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo, como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,8-10).  “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene.  Dios es caridad (=amor) y el que vive en caridad (=amor) permanece en Dios y Dios en él, porque él nos amó primero” (1 Jn 4, 16.19).

Jesús desde la cruz nos mostró su amor dándonos por Madre nuestra a su Madre porque se siente hermano de todos los hombres.  No podemos ser discípulos de Jesús si no acogemos en nuestro corazón a su Madre como Madre nuestra: “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena.  Jesús, viendo a su madres y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre:  “Mujer, ahí tienes a tu hijo”.  Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 25-27).

12.A veces ante la experiencia del sufrimiento y del imperio del mal en el mundo, surge espontánea la pregunta: Si Dios nos ama ¿porqué permite este sufrimiento, esta calamidad?  No podemos responder de forma adecuada a esta pregunta porque no podemos tener ahora una visión clara y total del plan de Dios sobre la humanidad, y, sobre todo, no somos ahora, en el tiempo, capaces de situarnos en la perspectiva de la eternidad bienaventurada de Dios, ante la cual, el tiempo es como un instante que pasa.  En el juicio final quedará por así decirlo claramente “justificada”, manifiesta, la sabiduría y el amor de Dios en su solicitud providente a favor de todas sus criaturas.

Entretanto, contemplando a Cristo muerto en la cruz y resucitado, encontramos luz suficiente para poder creer con firme certeza en el amor de Dios.  Dios Padre no impidió que Jesús, su Hijo amado, muriera en manos de los pecadores, con una muerte infamante, ignominiosa, condenado por el Sanedrín como blasfemo, sometido a la tortura humillante de la corona de espinas, de los azotes, de los salivazos, de los insultos e injurias, de la cruz, el castigo reservado a los grandes malhechores, a los esclavos y a los perturbadores del orden público.  Con la resurrección de Jesús, Dios Padre puso de manifiesto su amor paterno hacia Jesús y hacia todos los hombres.  De este modo se manifiesta claramente que el sufrimiento de Jesús y el sufrimiento nuestro no se puede atribuir a falta de amor por parte de Dios Padre.  El Padre ama a Jesús con amor infinito.  Nadie ha sido tan amado por el Padre como Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro.  En cierto modo el Padre ha querido mostrar su omnipotencia mostrándose débil, permitiendo que su Hijo fuera torturado.  Ha elegido el camino de la humildad y de la cruz como el lenguaje más adecuado para mostrarnos su amor y el amor de su Hijo Unigénito.  La pasión y muerte de Jesús afecta también al Padre.  Y en Cristo, el Padre nos ama a todos.  Nos ama a cada uno, desde toda la eternidad.  Nos ama con la verdad y seriedad de la pasión y muerte de Jesús.

13. De la experiencia de este amor de Dios nace nuestro gozo agradecido y nuestra esperanza por obra del Espíritu Santo en nosotros.  El amor de Dios hacia nosotros en Cristo-Jesús nos plantea la urgencia de corresponder a él con una vida nueva, en conformidad con las posibilidades que él nos otorga.  Nos hace sentir la necesidad interior de una entrega nuestra a quien se entregó por nosotros.  Muchos santos han designado a Jesús, el Hijo de Dios, como “el Amor crucificado”.

“El amor de Dios os urge –dice San Pablo- persuadidos como estamos de que si uno murió por todos… y murió por todos para que los que vivan, ya no vivan para sí sino para aquel que por ellos murió y resucitó”. (2 Cor 5.14).

En la cruz, el Hijo de Dios nos ha descubierto el sentido del pecado y el sentido del dolor.  A9 El sentido del pecado porque Él  “se entregó por nuestros pecados” (Gal 1.4).  Nuestros pecados le hicieron sufrir.  No ha habido, ni hay, ni habrá ningún hombre por el cual Cristo no haya sufrido para compensar con su amor, nuestro desamor, para reconciliarnos con Dios Padre, para comunicarnos la vida divina.  Sólo a la luz del misterio del Hijo de Dios clavado en la cruz se puede intuir la magnitud del pecado de todo hombre, del cual Cristo nos ha redimido con su vida, pasión y muerte en la cruz.  Y al mismo tiempo la grandeza sublime de su amor por nosotros.  Podemos decir con San Pablo “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2.20).  B) El sentido del dolor porque Cristo ha querido redimirnos, liberarnos del pecado y reconciliarnos con Dios, mediante padecimientos humanos, un sufrimiento del Hijo de Dios hecho hombre, dlor soportado con amor obediente al Padre.  Estamos llamados a unir nuestro sufrimientos al sufrimiento de Cristo, con la fuerza del Espíritu Santo, a hacer de nuestra vida una ofrenda  de amor, unida a la ofrenda que Cristo hace de dí mismo, en la cruz y en la Eucaristía, por la salvación de todos los hombres.  “Si alguno quiere venir detrás de mí –dice Jesús- tome su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23).

14. San Juan al contemplar el misterio del amor de Dios manifestado en Cristo nos dice: “Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros demos amarnos unos a otros” (1 Jn 4,11).

Si Cristo ama a nuestros prójimos también nosotros que tenemos que amarles, como Cristo les amó y continúa amándolos: “Os doy un mandamiento nuevo –dice Jesús- que os améis también vosotros los unos a los otros.  Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34).  San Pablo nos ha enseñado a mirar a cada persona con la mirada de Jesús, a ver en cada uno a alguien por quien Cristo murió:  “No seas ocasión de que se pierda aquel por quien Cristo murió” (Rom 14,15).

“La muerte de Cristo es el signo supremo del valor absoluto que Dios otorga a cada persona, incluso a los pecadores que crucificaron al hijo, a los que Dios no responde con el castigo sino proyectando sobre ellos, en perdón, el amor que el Primogénito les ha ofrecido”. (nota 2)

Cristo en la cruz pidió al Padre perdón por los mismos ue le crucificaban: “Jesús decía: Padre, perdónales, porque no saben lo que hace” (Lc 23.34).  Así nos enseño a perdonar a quienes nos ofenden.  No podemos pretender que Dios nos perdone si nosotros no perdonamos.

15. En el evangelio de San Mateo Cristo se identifica con los hombres que sufren, de tal modo que lo que hagamos por ellos es como si se lo hiciéramos al mismo Cristo.  Contemplando el misterio de Cristo tenemos que aprender a descubrir su presencia en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse.  En el juicio final “dirá el Rey a los de su derecha:  Venid, benditos de mi Padre, Recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.  Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis;  estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí.  Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo y en la cárcel, y acudimos a ti?  Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”  Y a quienes no socorrieron a su prójimo necesitado les dirá:  Apartaos de mí malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.  Entonces dirán también estos:  Señor ¿Cuándo te hemos visto hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?  Y entonces él responderá: En verdad os digo que cuando, dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños también conmigo dejasteis de hacerlo.  E irán estos a un castigo eterno, y los justo a una vida eterna” (Mt 25, 31-46).  No hay ningún humanismo, ninguna filosofía, ninguna otra religión que haya exaltado tano la dignidad del hombre como Jesús, el Hijo de Dios.  Maria, al pie de la cruz, nos descubre el amor con que nos ama Jesús y el amor que hemos de tener hacia aquellos por quienes Jesús ha dado su vida:

Estaba la Dolorosa
Jnto al leño de la Cruz
¡Qué alta palabra de luz!
¡Qué manera tan graciosa
de enseñarnos la preciosa
lección de callar doliente.
La tierra se estremecía
Bramaba el agua….María
estaba, sencillamente (JM Pemán).


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