miércoles, 8 de febrero de 2012

Artículo de Juan Antonio Gracia en la Revista "El Pilar"




En el número 5.235 de Febrero de 2012 de la Revista "El Pilar" editada por el Excmo. Cabildo Metropolitano, hemos localizado un artículo firmado por Juan Antonio Gracia, Canónigo y Periodista, bien conocido en el mundo cofrade de Zaragoza, y que reproducimos seguidamente para conocimiento general, si bien el artículo poco o nada tiene que ver con la Semana Santa, si por el contrario su autor.

NUEVA AFRENTA A LA PLAZA DEL PILAR

Una barbacoa en el salón de la ciudad

Hace unos días, en esta misma revista, definía a la plaza del Pilar como la sala multiusos más grande del mundo, tanto por las grandes magnitudes del recinto como por las múltiples y variadas funciones que cumple.  Me atreví, incluso, a ofrecer una lista bastante larga de los extravagantes menesteres y oficios que los munícipes de turno asignan a ese espacio que, otrora, fue calificado nada menos que como "salón de la ciudad".



Hoy me veo en la obligación de confesar que me quedé corto, ya que durante el pasado periodo navideño, la desdichada plaza ha sido también, además de zoco tercermundista, restaurante.

Si, lo que leen, restaurante.  Unos garitos a guisa de despensa o almacén, unas carpas para cobijar el comedor con sus mesas y bancos, y una barbacoa para asar chuletas, salchicas, chorizos y longanizas.  Para paladares más exigentes, una paella.  Y todo, faltaría más, amenizado con música ambiental de ritmo árabe y a buen volumen.  El humo que salía por la chimenea de la barbacoa contaminaba el aire y los insoportables olores que desprendían las viandas invitaban a huir de tanta mugre.

Desconozco si en el organigrama municipal figura un concejal encargado de vigilar el medio ambiente ciudadano.  Lo haya o no, quienes autorizaron la conversión de una buena parte de la plaza del Pilar en una especie de campo de refugiados son los responsables de tamaña tropelía.

Realizaciones tan torpes no educan, ni fomentan la cultura, ni propician la convivencia, sino que solo sirven para provocar comportamientos pueblerinos, expresiones vulgares, insultos a la decencia, al decoro, a la nobleza y al buen gusto.

Eso sí, para rehacerse de las náuseas que producía tan torpe espectáculo, las gentes podían divertirse un rato montando a sus niños sobre un borrico y dar así un breve paseo por la calle.

Y es que, ¡caramba!, habrá que reconocer que en toda Zaragoza no hay un lugar mas apropiado que la plaza del Pilar para cabalgar siquiera durante tres minutos a lomos de un pollino.

¡Pobre plaza del Pilar!  ¡Pobre salón de la ciudad!

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