Transcribimos en esta entrada el texto del II Pregón de la Juventud, organizado por el Grupo Joven Ego Sum, de la Hermandad de Jesús de la Humildad, pronunciado el 13 de Marzo d3 2011 por Antonio Olmo Gracia.-
II PREGÓN DE LA
JUVENTUD DE
LA COFRADÍA DE LA
HUMILDAD
En la clausura del Solemne Quinario en
honor de Nuestro Señor Jesús de la
Humildad.
Zaragoza, 13 de marzo de 2011
Señor Jesús de la Humildad y María del Dulce Nombre, Reverendas Madres
Agustinas, Junta de gobierno, hermanos y jóvenes de la Hermandad y de otras que
nos acompañan en esta tarde, amigos todos:
Es difícil escribir un pregón.
Es difícil porque implica hablar desde lo más profundo de uno
mismo. Y es que mientras modelaba y daba
forma estos días a lo que hoy iba a decir, me he ido convenciendo, como me han
hecho ver varios amigos, de que lo mejor y más auténtico que podía ofrecer hoy
no es un discurso erudito, sino un testimonio de mi experiencia y mi vivencia
como joven y como cofrade escrito desde el corazón. Así lo hizo mi predecesor el año pasado, en
su magnífico pregón, afirmando además con razón que “el Pregón es la expresión
del sentimiento y la vivencia de la fe desde el punto de vista del Pregonero,
que por eso mismo se convierte, sin pretenderlo, en portavoz de su propia
conciencia y de su particular vivencia”.
Sin embargo, hablar de mi vivencia cofrade resulta para mí un desafío
por el hecho de que la Semana Santa es parte de mí desde siempre. Se ha fundido tanto conmigo mismo que ya no
es algo externo a mí, sino mi propia forma de ver la vida. ¡Tantas cosas se me
han quedado en el tintero en este pregón porque no he sabido expresarlas ni
darles forma con las palabras!
Debo el inmenso honor de estar aquí al nombramiento del grupo joven
“Ego Sum” y a la junta de gobierno de la hermandad de la Humildad. Agradezco
profundamente esta designación, que he acogido con desbordada ilusión, muchos
nervios y como una gran responsabilidad.
Entiendo que ha sido una apuesta arriesgada y valiente: soy joven y, aunque “humilde” de corazón no
pertenezco a la Hermandad. Por ello, doy
gracias doblemente por la confianza depositada en mí; mi único anhelo ha sido
intentar no defraudarla. Gracias también
a todos los presentes por habernos acompañado esta tarde de Cuaresma.
Yo soy, sencillamente, un cofrade: así me quiero presentar y así he
venido aquí. Nada más y nada menos. Con el inmenso honor y privilegio de ser y
sentirme sencillamente un cofrade. Como
Antonio. Y como joven, todavía, quiero que
mi pregón pueda ser representación de la voz de tantos que hoy trabajan en y
por sus cofradías. Quiero que mi pregón
cante las grandezas de una forma de vivir la fe que nos une a todos los que
estamos aquí; que hable de lo que yo siento y de lo que sentís vosotros. Por Jesús de la Humildad y María del Dulce
Nombre; por los jóvenes y para los jóvenes; por todos vosotros y para todos vosotros.
Entré en mi cofradía, las Siete Palabras, hace veinte años: desde que
me dejaron, aunque prácticamente nací con el hábito puesto, y mis recuerdos
infantiles son de tambores de juguete y de estrenar en Ramos; de bordillos en
los que me sentaba para ver las procesiones en las frías noches de Zaragoza; de
dibujos de escudos y procesiones con lápices de cera; de procesiones en los pasillos de casa con
capirotes de cartulina; del incienso como olor y atmósfera de unos días únicos.
Han cambiado muchas cosas desde que dejé de ver los tambores a la
altura de los ojos, y muchas veces mi madre ha deshecho el doble del hábito
desde aquellos años, pero siento que mi vivencia como cofrade ha madurado
manteniendo a la vez y rejuvenece cada Semana Santa.
He crecido como hermano de las Siete Palabras, una gran cofradía en la
que he aprendido todo y a la que le debo lo que soy y en la que he encontrado
personas que nunca hubiera podido soñar.
En mi centro está un Calvario, con una Virgen y un San Juan, pero nunca
sabía que rostro tenía nuestra Señora, envuelta en túnica manto estofados en mi paso de la Tercera
Palabra, mirando siempre, eternamente hacia arriba, hasta que me encontré con
María del Dulce Nombre y me miró de frente cuando llegó a Zaragoza. Desde que a los 10 años vi en un periódico la
noticia de la bendición de vuestros Titulares, y después de conocernos por vez
primera, nunca nos hemos abandonado.
La Humildad, es para mí, una pasión declarada. Cuando acudo a vuestros cultos a este
convento de reverendas madres agustinas, me siento en casa, como un pariente
muy cercano que viene a hacer una visita, entre la alegría de encontrar siempre
a muchos de vosotros.
El sentimiento “humilde” me ha enamorado. Porque si una palabra defina para mi qué es
la Hermandad de la Humildad, esta es: “sentimiento”. Pero también “sueño”, un hermoso sueño
colectivo que se hace realidad cada domingo de Ramos por la tarde cuando Doctor
Palomar se convierte en un balcón con vistas al cielo. Y es que, desde hace algunas primaveras,
La tarde del Domingo de Ramos
es de raso, saeta y cera,
de redobles de Humildad,
y de plegaria costalera.
La tarde del Domingo de Ramos,
Zaragoza es Magdalena,
Y un requiebro de incienso
Entre los varales de Ella.
La tarde del Domingo de Ramos,
Es de esparto, alpaca y corneta,
Y de azul cobalto es el sueño
De toda esta gente buena.
A lo largo de estos años he vivido muy de cerca el nacimiento y
despegue de la Humildad y he sido testigo de cómo este sueño ha tirado hacia
adelante. Y no me extraña, porque sólo con “humildad” se consiguen las grandes
cosas. Con Humildad, con ilusión y
esfuerzo, con el entusiasmo por compartir algo grande de una hermandad que es
familia, como lo sois vosotros, haciendo plena realidad lo que significa una
cofradía.
Cuando comenzamos a desgranar como las cuentas de un rosario los días
que corren hacia la Cuaresma, y empieza a hacer tarde no de primavera, sino de
Semana Santa, e incluso tarde de Humildad; cuando los tambores comienzan a
ensayar en las tapias de Torrero y en los adoquines de doctor Palomar el
esparto comienza a sacar brillo a los adoquines, ya queda poco para la tarde de
las tardes.
El tiempo se detiene desde que la cruz de quía sale a la calle el
Domingo de Ramos, y el incienso irrumpe entre el olor de palmas todavía
frescas. Tras ella, los tambores:
¡Tambores de la Humildad,
que a Jesús acompañáis
en estación de penitencia!
¡Saeta de estruendo que expresa
El profundo dolor del alma,
Proa de redobles de su galeón!
Vosotros soir la voz del Señor:
¡Yo Soy! ¡Timbales y Bombos,
que os estremecéis en Su condena”
Sin vosotros no hay Humildad:
Que si la flor es de azahar
Crece en tierra aragonesa.
Y a continuación, sobre un telón de viejos ladrillos desgastados en el
fragor de los sitios de Zaragoza aparece Jesús de la Humildad. Y:
Racheando sale a su cielo
el Señor de la Magdalena:
para que Jesús de la Humioldad
no pueda escuchar su condena.
Y Zaragoza se enamora, y se reviste de belleza, de fe y de buen hacer.
El galeón de la Humildad surca un mar azul cobalto en un Doctor Palomar
que no es una calle recta sino que hace una ligera sierpe moviéndose en suave
oleaje a su paso. Debajo, costaleros le
llevan: sobre palmas caminó por la mañana a lomos de una burra; por la tarde,
costaleros le prestan sus pies sobre un manto alfombrado de pétalos. Y sobre el paso, meciéndose en vaivén su
cordón dorado, sobre claveles rojos y entre llamas tintineantes de rizados
guardabrisas, moreno entre las guedejas que contornean Su rostro, Jesús de la
Humildad, el Señor de la Magdalena.
La propia torre de la iglesia se asoma alcahueta, o mejor dicho,
alparcera, para ver al Señor entre los árboles de la plaza que la primavera
reverdece durante la Cuaresma. Y
De oro en el frente de Su paso,
Para alzarle hasta su veleta,
De llamador se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena.
Para de un galeón ser faro,
Reflejando velas de cera,
De azulejos se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena.
De los cielos haciendo un palio
Sobre nosotros y Ella,
De varal se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena.
Cuando la Humildad reza a su lado
en nostalgia andaluza deshecha,
¡de Giralda se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena!
Y tras El siempre la Señora, María del Dulce Nombre, que camina entre
balconeras y en trono de rosas blancas y esparto, por las calles de la
Magdalena. Y un buscar su dulce mirada
entre varales que tintinean.
Que no rocen sus pies el suelo,
ni acaricie el sul su cabeza,
que María del Dulce Nombre
no es Señoras de la Magdalena
si azul cobalto no es su cielo
ni camina en trabajaderas,
si agustinas no la despiden
mientras suena una saeta,
si al Monte Calvario no sube
por la cuesta de la Trinidad:
si lo que yo siento y tú sientes
no se llma Humildad.
Como una visión celestial pasó, dejando los sentidos ausentes: la
Humildad se nos metió en el corazón sin darnos cuenta. Detrás quedó un fugaz beso, una breve
oración, un hablar con Ellos en el silencio de la música. Entra entre soportales en la plaza de San
Bruno, entre varales de piedra, y de lágrimas destella la cerámica de la
Parroquieta hacia su estación de penitencia.
Y en el íntimo regreso después de la estación de penitencia, cuando
tras casi seis horas va a encerrarse en su templo el cielo de la Magdalena, es
tiempo de un coloquio de mayor intimidad con Ellos, de un estar a solas con
Dios que en la Humildad se experimenta tan cercano y siempre junto a Ti. Cuando me apoyo de espaldas en las paredes de
Doctor Palomar, a la vuelta hacia el convento, ya casi a la medianoche, y
espero a María del Dulce Nombre, y dejo que se refleje en mis ojos la luz de
sus gastadas velas, y mis ojos se convierten en guardabrisas, cuando busco Tu
mirada entre los varales, sencillamente no digo nada y nos decimos todo, o sólo
¡Madre!, y que más Dulce Nombre que Madre.
Jesús de la Humildad y María del Dulce Nombre: sabéis lo que siento por
Vosotros. Ya Os lo he dicho muchas
veces, en el diálogo de silencios y de miradas que entablamos cuando Os visito
en vuestro convento de paredes encaladas.
En mis idas por la calle Mayor y Doctor Palomar, bajo la sombra de la
torre de la Magdalena, faro de la hermandad, revivo los momentos de domingo de
Ramos y anhelo la llegada de la primavera; y en mis regresos no vuelvo entero,
pues prendido se ha quedado algo de mi en Tu cordón, Señor, o Tu fajín, Señora,
o bajo Tu manto protector, entre albarelos de cerámica con flores siempre
frescas.
Por eso yo os digo, jóvenes de la Humildad, y jóvenes de las cofradías
de Zaragoza, que contéis siempre con vuestros titulares y los pongáis de verdad
en el centro de vuestra vida. Que
tengáis una estrecha relación personal con Ellos. Venid a visitarlos, llevad su imagen en
vuestras carteras. Pedidles ayuda en
vuestros quehaceres y en vuestros trabajos.
No dejéis nunca de confiar en Jesucristo, como dijo Santa Teresa de
Jesús, gran amiga de las imágenes, “venga lo que viniere, suceda lo que
sucediere, trabajase lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue
allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que
hay en él, siquiera se hunda el mundo”.
Que vuestra vida vibre al son de ellos y de vuestras cofradías. Es difícil saber a veces qué es eso de la Salvación,
pero no Quién es la Salvación: Jesús,
que nos acompaña, la mano que nos levanta siempre pese a todos nuestros
fracasos, miserias y oscuridades.
Ahí radica la gran lección de la Humildad: el poner a Jesús y María en
el centro de todo. Y seguramente, el
milagro de la Humildad, una hermandad que se ha convertido en una ilusión
colectiva de sus miembros. Que ha
gestado un sueño capaz de dar sentido pleno a la vida, por el que merece la
pena arrimar el hombro, y en el que
todos tienen cabida. Y además es capaz
de contagiar, enamorar y abarcar a los que no somos hermanos, y del que yo me
siento parte también sin que nadie me lo pueda dar ni quitar.
Yo estoy seguro que Jesús de la Humildad y María del Dulce Nombre están
muy orgullosos de la juventud de esta cofradía.
Una juventud con un gran corazón, en la que me honro de tener grandes
amigos que saben contagiar allá por donde van el entusiasmo que significa la
hermandad de la Humildad. ¡Qué mejores pregoneros que ellos mismos!
Una juventud que expresa con su rotundo Ego Sum que la juventud está
aquí, como ha demostrado no con palabras, sino con hechos, a través del trabajo
llevado a cabo desde su creación, del que es culminación la creación de esta
tribuna del pregón de la juventud. Los
jóvenes de la Humildad tienen ganas de trabajar por su hermandad y están
enamorados de ella: enhorabuena por vuestro esfuerzo y por vuestra propia
constitución como grupo joven, una decisión brillante y necesaria para que las
hermandades cuenten con su juventud.
Pero no sólo les felicito a ellos.
También a la junta de gobierno por la valentía demostrada en contar con
sus jóvenes y no sólo de boquilla, sino aportando sinceramente por ellos y
delegando la gestión de la hermandad.
Creo que la Humildad es un modelo en dar protagonismo activo a los
jóvenes, algunos de los cuales, de hecho, desempeñan puestos de responsabilidad
en la junta o en la sección de instrumentos, dando ejemplo de trabajo en su día
a día.
Como dijo Francisco Javier Segura Márquez en su pregón de las Glorias
de Sevilla de 2009, la juventud no somos el futuro de las cofradías, somos el presente. Y es verdad.
Muchos jóvenes componernos las cofradías penitenciales de Zaragoza y
somos uno de sus principales impulsos.
Es una forma de vivir la devoción y la fe que está calando entre
nososbros y cabe preguntarse el por qué.
Frente al abandono silencioso de las iglesias, las calles se convierten
en nuevos templos y los pasos en altares.
Frente a la desaparición del “cristianismo sociológico”, es decir, del
practicado como consecuencia de una herencia cultural, como una costumbre,
siendo el cristianismo cada vez más una elección personal y una respuesta
individual, numerosos jóvenes eligen entrar a formar parte de cofradías. Cuando las familias tienen cada vez menos
tiempo para convivir y compartir, en las cofradías nos sentimos cada vez más
como hermanos y en ellas las generaciones se entrelazan de forma adoptiva como
en verdaderas familias, en la que se pasa la vida y se comparten los mejores y
más importantes momentos de la vida.
Es difícil ser joven hoy. Es
cierto que muchas veces lo hemos recibido todo hecho, no hemos padecido grandes
privaciones materiales y vivimos en una sociedad superabundante. Pero también es verdad que recibimos en
herencia y pasamos a ocupar un mundo muy difícil en el que no hay esperanzas,
en el que muchos carecen de horizonte, en que a los jóvenes nos cuesta soñar en
la que es la edad de los sueños. Pero yo
creo que la juventud tiene hoy un ansia sincera de una vida más auténtica y de
unas relaciones más sinceras, que encontramos en nuestras hermandades. Entrar en una hermandad supone hacer de Jesús
un amigo, y de los demás hermanos con los que compartimos experiencias que no
se tienen con los demás. Hay siempre un
vínculo que te une en lo profundo con ellos.
En la cofradía todos nos sentimos “hermanos” y en ella se abra la
posibilidad de experimentar el mensaje de Jesús de Nazaret: unas relaciones más humanas, donde sentirnos
aceptados plenamente, donde se reconoce nuestro valor como hijos de Dios frente
a un mundo que convierte a las personas en objeto y en mercado, en que cada uno
es valorado por lo que produce, por lo que tiene y lo que sirve. Y simplemente, por ser parte de ello, porque
se nos reconoce que, como dijo Antonio Machado, “Por mucho que un hombre valga,
nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”.
Ciertamente, hay riesgos de equivocarnos y de convertir el medio en un
fin, pero hay que correrlos. Si a través
del tambor, o del costal un joven se acerta a Jesús…¡barato precio me parece!
Yo creo en los jóvenes y estoy convencido de que en su día a día silencioso en
las hermandades se está gestando algo muy grande que será fermento para el
mañana. Y hablo de lo que me han
enseñado tantos jóvenes de nuestras cofradías.
Y como lo importante es que deje mi testimonio y que sea la voz de estos
jóvenes diré que yo soy testigo de que muchos de ellos rezan con su tambor y
con el costal; yo soy testigo de que muchos jóvenes ponen todo su corazón en lo
que hacen en sus cofradías; de los que
dedican en serio una parte de su tiempo en distintos puestos de
responsabilidad; de los que no se estancan y sueñan, pese a las dificultades,
con abrir cauces nuevos; de los que llevan a sus hermanos más pequeños en
tiempo libre para en definitiva enamorarlos de Jesucristo; de los que vuelven a
casa todas las noches con su tambor a cuestas en los fríos días de invierno; de
tantos jóvenes que se han costeado su primer hábito de su paga, porque
significa algo tan importante para ellos.
Y soy testigo también de los que pese a las dificultades dan una lección
de entendimiento entre miembros de todas las cofradías y se dan cuenta de que
todos somos hermanos y Cristo es el hermano mayor de todas ellas. Para mí, un hermano de la Humildad o de
cualquiera de las cofradías de Zaragoza es tan hermano como uno de las Siete
Palabras. Todas las hermandades de esta
ciudad son ya algo de mí, tal vez es porque he dejado que lo sean. Todas somos pilares que sostenemos un mismo
techo.
Hermanos, jóvenes, amigos: acabamos de iniciar la Cuaresma y comenzamos
a caminar hacia la Semana Santa. Que sea
recordatorio de la vida que nos dan nuestras cofradías; pidamos ser capaces de
compartir lo que recibimos en ellas con los demás y de reflejar la luz que nos
dan cada día. Que sigamos trabajando en
ellas desde donde estemos: en la junta, en la trabajadera, en la sección, con
un cirio o portando un atributo. Hacedlo
con amor y contribuid a ese gran sueño sumando esfuerzos, nunca restando. Todo es importante: como no se cansaba de
decir Teresa de Calcuta, no importa lo que se hace ni cuantas cosas hacemos,
sino el amor que ponemos en cada cosa.
También en nuestras cofradías, y más cerca de lo que pensamos, podemos
construir el Reino de Dios; y creo que
como cofrades tenemos la obligación y responsabilidad de hacerlo ante todo
dentro de ellas.
Permííteme para concluir, Señor de la Humildad, que Te presente en
ofrenda, como culminación de este Solemne Quinario, a la juventud cofrade de
Zaragoza: sus esfuerzos y trabajos, sus anhelos y sus sueños, sus tristezas y
desesperanzas, los corazones de todos nosotros que sólo Tú conoces.
Señor de la Humildad: en este Quinario has descendido de Tu pedestal
para estar físicamente entre nosotros, y nos recuerdas con ello que Te
encuentras siempre cerca de cada uno de nosotros. Y todo en Tu gesto es humildad y nos dices
tantas cosas con ello.
La grana de los terciopelos nos recuerda que has dado Tu Sangre por
nosotros, y que somos preciosos para Ti y entregarías reinos por el rescate de
nuestra vida. Los cirios, Tu Luz,
símbolo también de la vida a tu lado, un consumirse dando iluminando a los
demás, como fue Tu paso por este mundo.
Con tu mirada inclinada hacia el suelo nos recuerdas que por amor
renuncias a juzgarnos, que apartas los ojos de nuestras miserias y haces la
vista gorda ante ellas, que no has venido a condenar al mundo, sino a salvarlo,
que agachas la vista al igual que hiciste cuando te presentaron a la mujer
adúltera obtener de Ti su lapidación.
Con cerviz doblada, que cargas, costalero de nuestras culpas, nuestra
cruz sobre Tus hombros. Con tu gesto
sumiso, un asentimiento a Tu entrega por los que estamos aquí, un “Hágase Tu
voluntad, Padre”. Cabeza inclinada en
señal de escucha, en que Te prestas a coloquiar con nosotros como íntimo amigo
con el que compartir nuestros secretos.
Y no en vano, pues entre las abundantes que dejas de tu cabello entrevemos una de Tus orejas
recordando que si Te hablamos, nos escuchas siempre.
Con tu boca entreabierta pronuncias un valiente “Yo Soy” ante el
Sanedrín, que nos invita a cumplir con nuestro deber con honradez. Eres, Jesús, siempre la palabra valiente,
pero también la palabra de consuelo que nos levanta. Divinos labios entreabiertos que nos
recuerdan el beso que cubre el cuello del hijo pródigo cuando retoma a casa,
que nos traen a la memoria que siempre nos hablas, pero con suavidad y en el
silencio.
Con las potencias, que aunque a veces no entendamos Tus caminos nada
hemos de temer porque estamos protegidos por Tu gran poder, pues en Tu
humanidad eres también Dios y nos socorres.
Su fulgor, que eres Luz y Vida del Mundo que nos ilumina.
Con Tus pies descalzos, en señal de Humildad, nos recuerdas que caminas
a nuestro lado, en contacto con el polvo de la tierra, y que sin excusar
pesares ni querer ser más que nosotros pasaste por el mundo como Uno más.
En Tu gesto se lee ya la Pasión.
La gota de sangre por tu frente y la mejilla abofeteada nos recuerdan
que no podemos olvidar que está en quien sufre.
Tus manos cruzadas prefiguran la Cruz.
Dos manos entrelazadas, una la Tuya y otra la mía; dos destinos cruzados,
el tuyo y el mío.
Este es Jesús, He aquí al hombre.
Así es Jesús de la Humildad y yo soy testigo de que esta es la fe de
esta Hermandad: y “esto es amor: quien lo probó, lo sabe”.
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