No ha pasado todavía una semana desde que en el interior de la iglesia del Convento de las RR. MM. Agustinas, sede canónica de la Hermandad de Jesús de la Humildd, resonaran las palabras de Iker Serrano Calavia pronunciando el IV Pregón de la Juventud, que organiza el Grupo Joven Ego Sum, de esta Hermandad.
Como decimos, no ha pasado todavía una semana y ya podemos ofrecer transcrito en esta entrada ese Pregón que sin duda no dejaría impasible a nadie que lo escuchase.
Esperamos sea del agrado de todos nuestros lectores y seguidores.
oooOooo
Reverendas Madres Agustinas y Queridísimo Consiliario
Hermanos y amigos que nos acompañáis en esta clausura
del Quinario a Ntro. Seños Jesús de la Humildad.
Ya ha llegado el momento, estoy
aquí subido y sigo sin creérmelo.
¿Cómo se empieza un pregón? Aún
no lo sé y no he tenido la intención de averiguarlo, porque todo lo que he
escrito lo he considerado desde el primer momento como una oportunidad, una
maravillosa oportunidad que el Grupo Joven Ego Sum me ha otorgado para poder
expresar, sin condiciones ni pegas, mis sentimientos y opinión de lo que es mi
gran pasión, mi Hermandad, mi Semana Santa y por supuesto mi gente. Todavía sigo sin convencerme de los motivos,
por los que me han dicho que estoy en
este atril, todavía no he hecho mías las rtazones que el grupo joven me dio, el
día que siete papeletas escritas de vuestro puño y letra, decidieron que me
correspondía a mí el honor, de proclamar el cuarto pregón de la Juventud de la
Humildad. Pero lo que sí hje asumido y
creo haber aprovechado, es la ocasión que tengo para darle voz a lo que muchas
veces he callado. Y es que que no me lo
crea, no significa que no lo quiera.
Mentiría si dijese, que nunca he imaginado esta situación, perdonadme
pero es así. Mentiría si dijera que no
he escrito párrafos enteros que nunca iban a ser escuchados, que nunca he
pasado noches en vela viendo fotos, videos, o recordando momentos que he vivido
en un ensayo o procesión y me han provocado el impulso inmediato, de dibujar
frases nacidas desde el primer momento con un pesado traje de silencio. Mentiría si no admitiese que guardo párrafos
que fueron escritos con el anhelo de ser gritados a los cuatro vientos,
palabras de color azul cobalto y verde esperanza que corrían veloces y sin
remedio por el papel, y que consiguieron librarse por una vez de la coraza que
tantas veces las ha frenado.
Pero esta vez ha sido diferente,
ahora dispongo del momento perfecto para mostrame como soy, como muchas veces
me empeño en no mostrarme. Y después de
haber leído mil veces y haber cambiado otras tantas este pregón, creo que lo he
conseguido.
Primero tuve que quitarme muchas
toneladas de presión que supuso el salir elegido como pregonero. En menos de un segundo comprendí lo que en
años anteriores, Javi, Antonio o Sergio me habían dicho y yo no llegaba a
comprender. Como el ser designados para
algo tan bonito, les costaba tanto trabajo sin siquiera haber tenido tiempo
para pensarlo. Pues al momento lo
entendí, aunque sigo sin poder explicarlo, pero sí hay razones que pueden
hacéroslo ver más claro. Entre los que
hoy estáis aquí escuchando, tengo amigos, tengo familia, conocidos, sin contar
con dos imágenes sagradas que cortan la respiración, pero sobre todo eso, tengo
hermanos que por fin me escuchan.
Algo que firmaría gustoso es
conseguir que, aunque fuera una sola de las frases de este texto, la pudierais
hacer vuestra.
Sé que es mucho lo que pido pero
es algo que he deseado desde el primer momento en que empecé a escribirlo.
Creo que por eso pesa tanto este
pregón para los que son nombrados a escribirlo.
Todos somos parte de este gran sueño, que ya realidad, llamado Humildad,
de una forma u otra esta Hermandad era ya cómplice de nuestro día a día. Pero una vez digerida la noticia, a los días…
a los muchos días, empieza a relucir el fin único de este acto, DAR VOZ A LA
JUVENTUD COFRADE. Desde luego no
pretendo ser abanderado de nada ni nadie, ni hacer comulgar con mis ideas a
quien no las comparta. Tampoco me he
vestido con líneas de todo a cien para regalarle los oídos a nadie, y muy
posiblemente cuando esto acabe y hablemos de este rato, tú, que tanto te ha
chirriado esa frase que he dicho, me digas, que de eso nada de nada. Sé que tengo jóvenes esperando que hable de
semana santa, de SU semana santa, de juventud cofrade. No poseo la verdad universal y no espero
abrirle los ojos a nadie, pero si puedo asegurar algo, son emociones sinceras y
pensamientos reales que voy a compartir con todos vosotros.
Y es que la Semana Santa de
Zaragoza se presenta ella misma sin necesidad de adornos o buenas palabras, de
sábado de pasión a domingo de resurrección se suceden en nuestras calles
momentos únicos e irrepetibles, capaces de emocionarnos para siempre. Quién no se despierta nervioso el día del
pregón, quién no se acuesta ese mismo sábado creyendo poder retratar a la
perfección la salida de La Burra a la mañana siguiente.
Nos aguardan mañanas tardes y
noches de recuerdos que pasarán a ser imborrables, momentos de quedar con los
amigos, con conocidos y desconocidos.
Nos esperan Vía Crucis,
recorridos en los que recordaremos catorce estaciones por calles del Tubo, el
barrio de Las Nieves o Las fuentes.
Veinticuatro cofradías se encargarán de vestir a Cristo y a su Madre de
multitud de colores, y de representarlos en los misterios de su Pasión. Innumerables serán los momentos en los que
los jóvenes formemos parte de muestras públicas de fe que se sucedan en
Zaragoza con los primeros rayos de primavera soñada.
Porque precisamente eso es algo
que si ha mejorado en la vida cofrade de Zaragoza. Cada vez más los jóvenes estamos asumiendo
nuestro rol dentro de la semana santa y cada vez hay más ganas e ímpetu por
desempeñarlo.
En la pasada fiesta de la
juventud cofrade, acto celebrado por el grupo joven de Las siete Palabras,
nuestro hermano Rubén Larrea dijo algo muy cierto, y que es importante asumirlo
por parte de todos; Los jóvenes somos el
presente de la semana santa. No solo se
nos puede encasillar en el futuro. Y por
suerte, en las cofradías y hermandades, en sus juntas de gobierno, se va
teniendo cada vez más certeza de esto.
Porque la semana santa, como todo, evoluciona, y los jóvenes de ahora
tenemos la suerte de desenvolvernos perfectamente a las riendas de estos
cambios. Cada vez son más los puestos en
el organigrama de una cofradía en los que se confía en una persona joven para
su desempeño.
Y es que en nuestro curriculum si
algo destaca en mayúsculas es la ilusión y entrega por lo que hacemos. Cada vez hay más carteles, más actos, más
secciones de instrumentos, más cargos de junta que llevan el nombre de un joven
entregado a lo que ama, a su cofradía, a sus imágenes. Por suerte como digo, cada vez se apuesta más
por nosotros. Y ahí es donde tenemos que
responder y dejar claro que no somos vientos huracanados sin control o inacabados
arranques de temperamento, ¡NO!. Tenemos
que demostrar que la confianza depositada en nosotros no caerá en saco
roto. Y aquí, es donde a veces fallamos.
Precisamente, por ser el presente
cofrade de esta ciudad, seamos el más alto porcentaje en cuanto a número en las
filas de las cofradías, pero sin embargo, muchas veces cuando hacemos falta
reducimos ese número hasta quedarse en ocasiones en nada. Tenemos que comprometernos más con el día a
día de las cofradías. Podemos ayudar
mucho más en la preparación de actos, eucaristías, en montajes,
desmontajes. Podemos ser mucho más
activos en semana santa, que nuestro papel no se limite a llegar impecables con
nuestro costal, tambor o vela el día de la procesión. ¿Cuántas veces hemos madrugado para sacar
nuestro paso del garaje de San Vicente de Paúl? ¿y para ir a desmontarlo? ¿Cuántas
veces hemos ido a adornar con flores a nuestras imágenes para sus cultos?
Detrás de todo eso, hay un enorme y costoso proceso del que debemos formar
parte si lo que queremos, es que nos dejen asumir el papel que siempre
presumimos jugar en la semana santa.
Algo que he aprendido a valorar y
he terminado entendiendo escribiendo este pregón, es apreciar la forma en que
cada uno vivimos nuestra fe y cómo aportamos nuestro granito de arena a la
semana santa, y por supuesto a respetarlo.
Que da igual de donde vengas y como llegues a ser cofrade, sino que lo
importante es como vivas “el después”.
Todo suma y deberíamos tener más
claro, el que os habla el primero, cual es el motivo por el que somos
cofrades. ¿Por qué nos empeñamos a
veces en discusiones absurdas si es el mismo sentimiento el que nos une?
Acaso suena más el racheo de mis
alpargatas que el redoble de tu tambor, o luce más tú farol que la luz de m
vela, ¡por supuesto que no! Estas
disputas innecesarias que todos sabéis que existen son las que debemos
desterrar, y creo plenamente, que los jóvenes tenemos la oportunidad y por qué
no, el obligado deber de hacerlo.
En mi humilde opinión creo que
así lo estamos haciendo, y la prueba de ello por ejemplo, la encuentro una vez
más en la fiesta de la juventud cofrade.
Allí nos reunimos más de un centenar de jóvenes con medallas de todos
los colores, de todo tipo de secciones, y nos reunimos en torno a un mismo
patrón. Si tengo este pensamiento es
porque me fascinan los detalles que veo constantemente entre nosotros. Móviles que llaman al son de Caridad del
Guadalquivir, carteras forradas de estampitas con nuestras imágenes, guardándonos
de a saber qué. Salpicaderos con
medallas en miniatura de nuestra cofradía, y así un sinfín de motivos que me
hacen estar muy orgulloso de la salud que posee la fe en los jóvenes, somos
cristianos y disfrutamos de lo que eso conlleva, y aunque nuestros consiliarios
y párrocos nos vean menos de lo que quisieran, deben saber que la semilla está
muy arraigada ya, y que germina imparable.
Si antes he dicho que da igual de
dónde vengas o en qué momento vengas es porque mi propia experiencia sí me lo
ha demostrado.
A mí, me acuñaron como cofrade
desde que nací. El blanco y el verde de
Las Siete Palabras ha estado presente a lo largo de toda mi vida, y el
significado y amor que profeso a esta cofradía es algo que nunca apartaré de mi
lado. Por eso nunca he escondido mi
situación, ni de dónde vengo. Mi primer
recuerdo cofrade tiene sabor a Vía Crucis, a frío por las calles de La Almudena
y a una diminuta timbaleta que cargue durante unos…siete metros hasta que dije
que no quería más. Entonces tenía cuatro
años y para mí, semana santa y cofradía significaban largas caminatas
interminables, haciendo contrapeso en los cordones del Guión. Quien me iba a decir que quien me organizaba
para que no saliéramos volando con una borla dorada en la mano, ahora, sería mi
Hermano Mayor. Más tarde empecé a
escuchar, que no oír, tambores y bombos, y me ilusionaba aporreando el enorme
bombo de mi padre en casa, aunque muchos sabéis que a la larga, lo de los
tambores no ha cuajado en mi forma de vivir la semana santa, pero ahí están,
esos son mis recuerdos y por eso los extraño y los revivo constantemente. Más tarde incluso descubrí como ponerme un
arnés para llevar la arqueta del incienso.
Dura procesión la de aquel Viernes Santo, os lo aseguro.
Después viví una “sequía cofrade”
para nada meditada y ni siquiera deliberada, simplemente eso a mí no me
llamaba, prefería irme de Zaragoza en Semana Santa. Prefería respirar playa o montaña antes que
incienso y olor a cera quemada, pobre de mí, aunque por suerte se me ha
perdonado, no sabía lo que hacía. Y es
curioso, pero algo que mucha gente cree que nos aleja de nuestras raíces o de
la forma auténtica en que deberíamos vivir la semana santa de Zaragoza, fue, lo
que a mí me hizo volver a interesarme por esta bendita pasión y forma de
vida. Vivir una madrugá en Sevilla fue
lo que llenó mi corazón de ganas e ilusión por vivir la fe en Cristo aquí, en
casa, con los míos.
A partir de ahora iré sumando a
estas líneas nombres y vivencias sin las que no concibo mi papel en la semana
santa o la vida de cofrade de esta hermandad y ciudad. Este es un punto al que tenía muchas ganas de
llegar. Si hoy estoy aquí, a cargo de
este pregón, es gracias a un gran número de personas, eso algo que tengo más
que presente.
Al vuelco que sufrieron mis
inquietudes, además del de Sevilla, debo añadir dos nombres en letra mayúscula,
Armando y Javi. Todavía recuerdo hasta
la ropa que llevaba el día en el que Armando me llevo de la mano, a una
escondida calle Alcalá de la Magdalena y me presento a los dos capataces del
palio de la Humildad. Y allí, esperando,
esperándome a mí, estaban Manuel y Carlos, quienes después de presentarnos y
darme un primer vistazo me dijeron sin dudarlo “Está claro hijo, Tú en primera”. En ese apañadísimo local estaban
guardados los dos pasos, así que después de recoger un costal, un costal que bien
podía haber pasado por servilleta, Javi, el hijo de Manuel que allí estaba con
nosotros, se echó al suelo y después de arrastrarme con él a las “tripas” de
aquel enorme misterio, me enseño como tendría que ir cuando me tocara ponerme
debajo de aquellos palos que ahora llamo trabajaderas.
Tal como llegué, me fui de aquel
local, con la diferencia de que ahora llevaba una bolsita con un costal y un
rodillo de tela al que ellos le habían llamado morcilla. Después vinieron las innumerables turradas a
mi madre y a mi hermana con eso de ser costalero. Pero no podía llegar si quiera a soñar con lo
que iba a suponer para mí el poder serlo.
Un día llego la llamada de Javi, y quedamos para tomar un café, y de paso
hablar unas dos horas de semana santa, de la Humildad, de lo guapa que era
nuestra Virgen, de costales, de levantás y formas de andar de un paso. A partir de entonces ese café se convirtió en
costumbre y cada vez que nos veíamos, nuestros quehaceres sufrían considerables
retrasos derivados de esas charradas que gurdo como oro en paño en mi
estantería imborrable de recuerdos.
Tú, y solo tú hermano, eres quien me enseñó a ser costalero y a
entender lo que supone semejante privilegio.
Más tarde y como sentencia
inevitable, llegó mi primer ensayo, por suerte no iba solo, te tenía a ti y a
Armando. De buenas a primeras y con el
costal ya calzado, Carlos me puso en primera fila y ocupando el segundo puesto
de la izquierda, o sea de fijador. Sé
que aquella tarde, Pedro, la persona a la que se suponía yo tenía que fijar, la
tendrá grabada a fuego en su memoria, ya que sus kilos y los míos iban y venía
al antojo de mi costal y de muchos tropezones al andar. Pero para mí ese fue el comienzo de algo sin
lo que hoy no podría vivir.
Como todo, después del primero va
el segundo, pero yo viví un maravilloso segundo ensayo, seguía siendo un
autentico lastre para mis compañeros y no daba una a la hora de meterme en el
palo, de hecho por mi cabeza y mis ganas de ser costalero se lanzaban punzantes
ideas que ahora no sabría ni pronunciar, “quizá eso no era para mí” “no todo el
mundo nace sabiéndose meter debajo de un paso ¿” pero a los pocos metros
después de cruzar Cantín y Gamboa, al hacer la empedrada revirá que nos
encarrila a Doctor Palomar, ví la puerta del Convento en el qu ahora estamos,
estaba abierta, y aprovechando que ya iba fuera y sin pedir permiso a nadie, me
crucé al otro lado de la calle, y entré, y en ese mismo instante, al pararme
ante ti, me enamoré, en ese mismo
instante entendí todo aquello de lo que Javi me hablaba, entendí por qué había
vuelto a revivir toda esta historia de la semana santa, supo que necesitaba ser
tu costalero Virgen del Dulce Nombre.
Todavía ahora me cuestan las palabras para recordarlo.
En ese mismo instante volví a
nacer, nací cofrade, nací costalero, supe que había nacido para ser tus pies en
la tierra.
Quién me puede negar
que lo que digo no es cierto,
qué es lo que esconde
tu belleza,
si cuando te miro mi
sangre se congela
si cuando me miras,
de vida muero
qué pacto divino
firmaste con la mano de tu artesano
si para cautivarme el
alma no necesitas de joyas, de ropas
o corona de reina si
quiera en tu cabeza
que con uno solo de
tus muchos silencios
consigues despojarnos
de tu eterno duelo
Muchos han sido los pasos que he
dado desde ese momento, zancadas largas, otras veces más poquito a poco, pero
siempre, y aun sin quererlo, bajo el amparo de estar en un sitio, donde desde
el principio se me acogió como hermano sin serlo, donde he conocido amigos,
amigos de los de verdad, compañeros de muchas fatigas y esfuerzos. Aquí he conocido el amor. Por darme, esta hermandad me ha dado hasta el
hecho de conocer a la persona a la que quiero.
Porque esta es la seña de
identidad de esta gran familia, vuestra cercanía, vuestro descaro, vuestro empeño.
No llaméis casualidad a los
Domingo de Ramos repletos de caricias en los costaleros de vuestros pasos. El caminar de Jesús de la Humildad y María
Santísima del Dulce Nombre, despiertan por igual alegrías y lágrimas. Sentimientos que nacen del mismo corazón de
quien los contempla desde la acera.
Almas anónimas que se despiden de ellos en cada esquina, colmados en su
adiós de satisfacción y tristeza.
Satisfacción por haber tenido el
privilegio de ver a Dios caminar por las calles de este barrio. Satisfacción de ver a su Madre, siempre detrás
de él, vigilante y protectora aun sabiendo que el romano que le precede, en ese
galeón remado por 45 guerreros te está indicando un camino que ya conoces, pero
que niegas saberlo, infatigable aun siendo consciente de que Caifás y su
Sanedrín ya han emitido su juicio, y su hijo, el hijo de Dios, ha sido
entregado a su fin y a nuestra salvación, por eso tristes; Pero es tal la alegría con la que esa marea
de azul y raso se desenvuelve en el recorrido a su estación de Penitencia, que
en muchos momentos nos olvidamos de lo que en unas horas nos espera.
En poco tiempo, el sacrificio de
tanto ensayo y trabajo se acabará sin darnos cuenta, sin querer que llegue,
pero llega. Jesús de la Humildad quedará
en nuestra memoria subiendo con gallardía una difícil cuesta de la Trinidad y
ni siquiera nos acordaremos de ninguno de los pétalos que nos impidieron ver
como la luna le acariciaba con timidez su gitana melena. En cuestión de horas, el tiempo nos
arrebatará hasta el recuerdo que había grabado el aroma del incienso.
De cómo La Seo esperaba que llegases,
como llegas siempre, arropado y querido por todos, amigos y ajenos, a lo que tu
contestas siempre de la misma manera, con tu solemne y quebrado racheo. Hablaremos durante días de la revirá de San
Jorge, o del solo de corneta que acompañó a ese paso de izquierdo. Pero no nos llevaremos a casa el tacto de tu
túnica en movimiento, nos perderemos los llantos, que los hay os lo prometo, de
los hombre y mujeres que te llevan en volandas de nuevo al puerto del que
saliste, a tu sitio, a tu convento.
Seguramente luego tengamos fotos y vídeos de la última levantá que nos dedicasteis,
ya casi con un pie dentro, pero no nos guardaremos el “te quiero” sincero de
nuestros hermanos que están en el cielo.
No podemos sentir el calor de la vela en tus manos atadas, no sentiremos
el peso de ese maldito cordón que llevas al cuello, nos será imposible evitar
tu condena, no podremos ayudarte en cada paso que vas a dar ya en tu condición
de preso, pero sin darnos cuenta, sin quererlo, ya has hecho tuyo nuestro
corazón y el tuyo nuestro.
Son miles los detalles que se
esconden en esta casa a la espera de ser descubiertos, pero precisamente ese es
el encanto de esta cofradía. Es
imposible responder a la pregunta que tantas veces nos han dado, “que se siente
al ser costalero”. Creo que ese es el secreto
de todo, el probarlo por ti mismo. Hasta
que no crucé esa puerta, y me encontré con los titulares, no le había visto el
verdadero sentido a ponerme un costal y comprarme unas alpargatas de esparto.
Por suerte como ya he dicho, he
comprendido que el sentimiento que para mí, despierta salir debajo del paso, es
comparable al que le inspira a un nazareno el acompañarles con su vela, o a
cualquiera de los miembros de la sección, tocarles cuando despiden a nuestras
imágenes con su redoble de adiós en la puerta del convento.
Por supuesto que puedo intentar
explicarlo, que puedo intentar describir lo que siento un Domingo de Ramos,
pero no creo que llegue ni a acercarme a lo que en mi interior se encuentra
cada vez que el llamador suena. Guardo a
buen recaudo mis primeras imágenes como costalero, me acuerdo hasta del olor de
los preciosos claveles rosas que lucía el paso hace ya siete años. Hay cosas que no han cambiado, los abrazos
interminables con vosotros, mis compañeros, los nervios de antes, y cuando digo
nervios son de los serios, de los que te hacen cobijarte en tu más íntimos
silencio y entonces encuentras su mirada.
Por fin, un rayito de luz entre tanto ajetreo. Entonces sabes que ya todo va ir bien, ella está
ahí para cuidarte, para que no te duela más de lo necesario, para que su
sonrisa te levante cuando ya te falta el aliento, entonces, es cuando notas su
mano en tu cuello, y cierras los ojos aliviado por estar haciendo algo bueno. De vez en cuando los abres, y se suceden
todas esas historias que vas a poder contar una y otra vez a todo el mundo, o
no, y guardártelas para ti y que sean siempre vuestro secreto. Cuando abres los ojos estando ahí dentro, es
cuando ves a todas esas personas felices por ver a la madre de Dios, tan frágil
y tan espectacular en su mismo tiempo.
Entonces es cuando ves, cuando sientes todas esas manos que te rozan en
su intento de tocar los respiraderos, es cuando ves a los niños mirar hacia
arriba con un brillo especial en los ojos, es entonces cuando la estampita que
le das a quien aguarda fuera se convierte en un tesoro de valor incalculable,
es entonces cuando el día se despide irremediablemente anunciando que la noche
nos depara otro regreso a la locura.
Muchos años aún no hemos cruzado la puerta y ya siento el peso de lo
inevitable, de saber que se acaba y que nuestro encuentro no es para siempre
Madre. Pero pronto eso se transforma en
vida cuando mandan tocar las marchas que a tu destino nos llevan. A una estación en La Seo que nos permite
conversar una vez más contigo sin que nadie nos interrumpa, sin aplausos, sin
música, sin rodeos. Después ya vendrán
los ánimos y alborotos, las petalás y saetas de vuelta, los costeros, los
pasitos para atrás que tanto me privan, ya habrá tiempo para eso, porque son
estos momentos de abarrotada soledad los que de verdad quiero.
Si, a veces es duro y sufrimos,
pero lo inexplicable no es eso, sino el lugar de donde provienen las fuerzas
para hacerlo. Si no fuera por los vídeos
no sabría como andamos o como reviramos ya en la entrada de Doctor Palomar,
pero para lo que no me hace falta imagen alguna es para ver la luz de los
cirios en tus ojos, para sentir el suave mover de las bambalinas a cada paso de
tus siervos, no me hace falta verte para saber que ya no eres solo madre de un
preso, sino reina de todo un barrio.
Por que cuando estamos en casa
cerquita ya del número cincuenta y tres, el aire desaparece y llega el deseo,
deseo de no avanzar, de no terminar lo que hacía unas horas era solo un
sueño. Doctor Palomar a la vuelta tiene
un sabor distinto, sabe a hermandad, a incienso, a saeta, a campanilleros. La Torre de La Magdalena una vez más es testigo
del trabajo bien hecho y nosotros eso lo sabemos, por eso, las piernas que en
la anterior calle nos pedían relevo, las fuerzas que pensábamos extintas han
vuelto para llevarte con tu hijo de nuevo.
Solo nos quedan unos metros, unos pocos acordes de la banda y seguiremos
en silencio. Atrás hemos dejado llantos,
promesas cumplidas y cansados relevos.
Pero no nos podrá reprochar nadie que no te traemos a salvo, nadie nos
puede quitar que saliste a la busca de tu hijo y regresas a casa con el dolor
de su sentencia en el pecho. Sosteniendo
en tus manos los rosarios que escuchan nuestras cuentas, que nadie nos puede
negar, que partiste como única esperanza de un Reo y te traemos a casa coronada,
como reina de los cielos.
Ya sólo me queda lo más fácil,
agradeceros el que hoy esté aquí. Cómo
he dicho, este pregón es gracias a muchos de vosotros.
Es vuestro Mamá y Maitane, porque
sólo vosotras, sabéis de las piedras que la vida ha puesto en nuestro camino,
pero como todo, la luz siempre consigue abrirse camino y ahora nos toca
disfrutar de su maravilloso resplandor.
Es tuyo María, porque tú has
cargado muchas veces, sin tener que hacerlo, con mis momentos de incomprensible
negación, gracias por tu dulzura y tus sonrisas radiantes. No le temas a la distancia mi vida, porque
voy a estar siempre, como dice filo “Lo más lejos a tú lado”, tú conmigo y yo
contigo, siempre juntos, hasta que el cielo nos quiera.
Que yo esté aquí es gracias a ti
Miguel, te lo he dicho ya y te lo repito, te quiero siempre muy cerca
amiguito. Quiero agradecérselo también a
mis compañeros de cuadrilla, Emilio, Charli, Guillermo, Jesús, Albertico, Omar,
a todos de verdad, aunque no os nombre, por favor hacedlo vuestro, tanto de
palio como de misterio. A Carlos y Manuel,
gracias por vuestra paciencia y vuestro amor sincero.
Quiero también agradecer a los
que formasteis la anterior junta de gobierno toda la ayuda y facilidades que
siempre me habéis regalado. Y a los que
formáis la nueva, de corazón os guardo el mejor de los deseos, en vuestro tintero
está la mezcla para seguir haciendo cada día más grande esta hermandad.
Os prometo que he imaginado,
desde el día en que salí designado, mil y un finales posibles para este
texto. He probado citas, rimas e incluso
me atreví sin resultado alguno con tres o cuatro versos. Pero sin importar la forma, el dibujo siempre
tenía el mismo rostro, solo veía una dulce mirada que me agitaba el deseo. Para que iba a intentar retratarte con una
poesía,
Si poesía son los
pliegues de tu manto al viento.
El resplandor de tus
velas,
amainando la noche
oscura que nos trae la madrugada.
Poesía es el tintineo
de tus varales,
hermoso soniquete que
nos muestra de la luna su canto.
Poesía es el duce
color de tus mejillas,
un maravilloso color
amanecer
que nos despoja de
toda turbación y desesperanza.
Poesía es el brillo
de tus ojos cada tarde que nos vemos a solas.
Para qué voy a
intentar dedicarte unos versos
y naufragar en el
intento
si poesía, divina
Madre del Dulce Nombre,
¡¡¡POESÍA, ERES TÚ!!!
MUCHAS GRACIAS.
Nota: Buceando por la red, hemos encontrado el texto de este Pregón, no es un "copia y pega" sino una transcripción mecanográfica de todo su contenido, por ello pedimos disculpas si hemos cometido algún error "mecanográfico" (que creemos que no) y es objeto de que alguna frase no se entienda correctamente.
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