viernes, 5 de abril de 2013

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 2013


El pasado día 23 de Marzo de 2013, en la Plaza de Nuestra Señora del Pilar, tuvimos la ocasión de presenciar y oír el pregón pronunciado por la Excma. Sra. Dª María José Cabrera Gonzalvo, nacida en Zaragoza y destacada periodista habiendo trabajado tanto en prensa, radio y televisión, habiendo dado amplia información sobre su curriculum en nuestro blog .

Ahora presentamos aquí el texto íntegro de este pregón que anunció la Semana Santa de 2013.

Sr Arzobispo, Sr. Alcalde, Junta Coordinadora de Cofradías, Hermandades y Hermanos Cofrades.

Ser la pregonera de la Semana Santa de mi ciudad es un honor que no creo merecer y que agradezco profundamente a la Junta Coordinadora de Cofradías, así como a la Cofradía de Jesús Camino del Calvario a quien coincidiendo con la celebración del 75 aniversario de su fundación corresponde este año la organización del Pregón.

Dado que la esencia de mi profesión es la de contar lo que sucede o ha sucedido y analizar el dónde y el por qué de lo ocurrido optaré, para anunciar el inicio de la Semana Santa por recordar, a modo de crónica o relato periodístico, una hermosa y trágica historia de amor y generosidad ocurrida en Jerusalén hace más de 2.000 años.  ¡Qué otro significado puede tener la celebración de la Semana Santa sino el de recordar unos hechos que teniendo como protagonista a Jesús de Nazaret cambiaron la historia del mundo!


La historia comienza un día de primavera, la estación en la que la tierra despierta a la luz y se abre al ciclo de la fertilidad y la vida; un día de primavera en Jerusalén, La Ciudad Santa, lugar sagrado para las tres mayores religiones monoteístas, el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam; la capital de Israel, la tierra donde conviven nieve y desierto, olivos milenarios y valles generosos y que, a pesar de la naturaleza religiosa de su existencia, ha estado siempre marcada por la violencia y los enfrentamientos de hermanos con hermanos.

Según cuentan los Libros Sagrados aquel día de primavera Jesús de Nazaret, el hijo de María y de José el carpintero, se dirigió junto con sus seguidores a Jerusalén para celebrar la Pascua judía.  Hizo su entrada por la Puerta Dorada montado a lomos de un asno, tal como recreará mañana Domingo de Ramos, la Cofradía conocida popularmente como de la Entrada...El pueblo lo recibió con palmas y ramas de olivo alfombrando el camino que iba a recorrer, camino que le dirigiría irremediablemente a la muerte... La multitud lo aclamaba enfervorizada y Él, aun sabiendo que los vítores se convertirían muy pronto en gritos y maldiciones, siguió adelante hacia un destino aceptado porque era la voluntad de su Padre.  Aquel día de primavera, Jesús de Nazaret, comenzó a vivir la última semana de su paso por la tierra.

Pero ¿por qué aquel Hombre era recibido así, por qué aquellas buena sgentes prepararon una bienvenida digna de un Rey?  Lo dicen las Sagradas Escrituras:  porque el pueblo vio en Él al Mesías que anunciaban los Profetas, al Libertador, al hombre que les liberaría del dominio de Roma y devolvería finalmente el poder a Palestina, al revolucionario que sería capaz de cambiar las cosas... Y sí, Jesús de Nazaret, hablaba de liberación, pero no de la que se consigue por la fuerza o con las armas.  Aquel Hombre, utilizaba la Palabra para denunciar la injusticia, los abusos de los poderosos sobre las capas más humildes de la sociedad, la tiranía de Roma; utilizaba la Palabra para transmitir un mensaje de esperanza a los más pobres y marginados y así se convirtió en una seria amenaza pra los intereses económicos, religiosos y políticos del poder judío, y de Roma.

Según la tradición cristiana tras su entrada triunfal en la Ciudad Santa, Jesús siguió predicando su doctrina y respondiendo con parábolas a todos aquellos que se le acercaban exponiéndole sus dudas acerca de su naturaleza y de su poder.  En algún momento se enfrentó a los saduceos y fariseos y expulsó del Templo a los mercaderes que lo profanaban utilizando el recinto sagrado para sus negocios.  Quiso despedirse de quienes habían dejado trabajo y familia para seguirle con una Última Cena en la que predijo que iba a ser traicionado por uno de ellos;  después se retiró a orar al Huerto de Getsemaní situado en el monte de los Olivos, al este de Jerusalén... ¡Ya sabía que habían vendido su vida por 30 monedas y, sin embargo, consciente d eque sus sentencia de muerte no iba a ser revocada, espero pacientemente que se cumpliera la voluntad del Padre!

Allí, en Getsemaní, fue apresado por orden de Caifás y los sumos sacerdotes.  Trasladado ante el Sanedrín, Corte suprema del pueblo de Israel, el tribunal lo acusó de sedición contra Roma y de hacerse pasar por Hijo del Altísimo, y lo condenó a muerte;  no obstante, dado que solo Roma podía aplicar la pena capital, al amanecer del día siguiente Jesús fue llevado ante el Prefecto de la provincia de Judea, Poncio Pilatos, con la exigencia de que ejecutara la sentencia.  Tras interogarle, Pilatos, no vio culpabilidad alguna en quien era presentado como un reo, y puesto que con motivo de la celebración de la Pascua era costumbre salvar a un condenado, dio a elegir a la multitud entre condenar a Jesús o a un delincuente que estaba en la prisión por homicidio de nombre Barrabás.  Y el pueblo, presionado por los sumos sacerdotes y dirigentes judíos, eligió la libertad para Barrabás y la muerte para el Nazareno... Jesús de Nazaret fue ejecutado en el Gólgota en medio de dos malhechores de nombre Dimas y Gestas.

Con el desgarro del que se siente impotente para impedir que se cumpliera la sentencia vivieron su muerte entre otros:  Juan, María (la de Cleofás), Santiago, María Magdalena, y su madre, María, la mujer que siguió a su hijo por el camino del dolor, la que había disfrutado de su niñez, de sus travesuras, aunque en silencio ocultara su angustia pensando en el momento que abandonaría su cobijo.  Aquel viernes, prendida su mirada en la del Hijo muerto, María, posiblemente, se preguntaría si merecía la pena su muerte.  La tragedia se había consumado, pero ¿había llegado a su fin la historia de amor y generosidad sin límites?  No, faltaba todavía un último capítulo:  según los Evangelios al tercer día de su muerte, las mujeres que habían venido con Él de Galilea y que habían visto cómo el cuerpo del crucificado era depositado en el sepulcro propiedad de José de Arimatea se acercaron a la tumba con perfumes y mirra, y la hallaron vacía... Jesús de Nazaret había resucitado.

Hoy, aquí, en esta plaza del Pilar de Zaragoza, escenario de los mayores acontecimientos de la ciudad, en el umbral de la Semana Santa, también nosotros deberíamos preguntarnos, como quizás hiciera su madre, si la muerte del Nazareno mereció la pena.  ¿No murió, según nos dice la tradición cristiana, para hacernos iguales, para erradicar la violencia y desterrar la injusticia?  ¿Cómo se justifica entonces que el habre y las enfermedades sigan diezmando a los países más pobres, que mueran diariamente millones de inocentes, que sigan enfrentándose hermanos con hermanos?

Estrapolemos, por un instante, aquel momento histórico ¿Qué haría Jesús de Nazaret hoy y aquí? ¿Cómo se comportaría, entre quiénes elegiría a los suyos, cómo difundiría su mensaje, utilizaría las nuevas tecnologías para explicar su doctrina?  Es imposible imaginar cual sería el escenario pero de lo que no debemos albergar duda alguna es de que en pleno siglo XXI, Jesús de Nazarét, volvería a estar al lado de los más necesitados, de aquellos a los que se les ha arrebatado la dignidad y pisoteados sus derechos, de quienes salieron de sus países en busca de una vida digna dejándose, muchas veces, la suya en el camino, de los ancianos y enfermos a los que solo visita la soledad;  estaría junto a los niños atrapados en redes de perversión, al lado de los parados, de los desahuciados, de las mujeres maltratadas.... Jesús de Nazaret volvería a señalar, como hizo en el Templo, a quienes trafican con la dignidad de los seres humanos a cambio de pingües beneficios.

¿Mereció la pena su muerte?  En un mondo convulso como el nuestro esa es hoy una pregunta con múltiples interpretaciones, pero la prueba de la trascendencia de su doctrina y de que su mensaje sí ha germinado lo tenemos en el trabajo diario de las organizaciones sociales, religiosas y laícas, que asisten más si cabe en los difíciles momentos que estamos viviendo a quienes han perdido hasta la esperanza, en la Iglesia misionera que, lejos de oropeles, dedica su esfuerzo a recuperar y formar a los desheredados de la vida, en los voluntarios que regalan su tiempo a los más necesitados a cambio de unba sonrisa, en el trabajo callado de miles de personas anónimas o en el que realizan las cofradías zaragozanas, una labor encomiable que exige de entrega sin condiciones y que demuestra que el ser cofrade requiere un compromiso que va más allá de salir en los desfiles procesionales.

A partir de mañana el centro histórico de Zaragoza cambiará su imagen para recrear los hechos que me he atravido a resumir.  Capirotes y terceroles recorrerán sus calles y plazas rememorando quizás aquella primera procesión que, según los cronistas, sacó a la calle la Hermandad de la Sangre de Cristo un Jueves Santo de 1554.  El sonido seco y bronco de los bombos y tambores, la llamada estremecedora de las herádicas, de las matracas y carracas y el acompasado y doloroso paso de los costaleros acompañaran los desfiles procesionales en los que se recrea el relato de la Pasión Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret, y Zaragoza, la ciudad de las cuatro culturas, será escenario de unas celebraciones que trascienden el mero sentido religioso para acoger una muestra de algunas de las manifestaciones costumbristas de mayor fuerza de Aragón.

Son días de reflexión para los creyentes, para la Iglesia que en estos días vive también un momento histórico con la elección del Papa Francisco, pero la Semana Santa zaragozana es a la vez un magnífico espectáculo pleno de simbolismo, religiosidad y belleza artística que destaca por la sobriedad de sus desfiles procesionales y el respeto conque Cofradías, Hermandades, cofrades y espectadores participan en los mismos.  Son muchas las personas que estos días nos visitarán, unos para reencontrarse con su ciudad, otros para descubrirla.  Todos sean bienvenidos, Zaragoza y su Semana Santa merecen la pena.




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